HABITAR, LATIR, CREAR
"...Y es entonces, finalmente, que comprendemos que la naturaleza no es lo que ya es, que su ser es fecundar; que su don de sí es engendramiento de nosotros, de nosotros que somos su estar naciendo, su siendo ahora y aquí, en este instante."
“El cielo en lo alto, y debajo el
valle o las montañas; el río que fluye como fluye, las hierbas que crecen
porque crecen y las flores, los colores... y el concentrase noche. Todo
abriéndose en lo abierto y el misterio que en lo abierto se muestra sin revelarse,
en el misterio de lo que calla en el sonar de la palabra humana o en el
silencio que nos humaniza... Todo allí, todo natural, todo porque sí o sin
porqué (…)
Natural es lo que no es hechura,
lo que no es ni construido ni fabricado, es, en general, lo que late o respira:
lo que brota desde sí, como una planta, una fuente, o como el inescrutable
soplar de los vientos, esos que sin atarse a nada van de aquí para allá, sin
que sepamos de dónde vienen ni hacia dónde van, ese misterioso aliento cuyo ser
es pasar y que pasando no cesa de llegar... Todo eso tan abismalmente
misterioso y a la vez tan natural y cercano, tan cercano que deponemos nuestro
intento de comprenderlo, de abarcarlo... de aferrar. Lo que cuando renunciamos
a nuestro intento de develarlo se nos abre como revelación (…)
Mirar así a la naturaleza, verla
en su libertad, es también dejar aparecer su belleza, esa belleza que es más
originaria que cualquier razón de ser, que es anterior a todo concepto
estético, que es independiente del juicio o el goce del espectador. La belleza
de todo lo natural que nuestra aspiración de utilidad no nos permite descubrir.
Contemplar la naturaleza, su
inmensurable vastedad o su abismal intimidad, sus mares, sus estrellas o el
cierne tembloroso de una hoja que asoma, es siempre el contacto, la
experiencia, de una realidad, de un espacio que no se centra, no se cierra
sobre un yo. Un espacio donde mi mirada no me busca, donde no se refleja en mi
propia obra, donde no vuelve a mí para volver a encerrarme… Un espacio, una
apertura que salva, que redime.
Entonces, ahora, yo mismo no soy
lo mismo y sólo yo, ya no estoy en mí sino en el centro del mundo, de la
naturaleza, de la vida, en el manante centro que nos descentra, que nos libera.
En ese centro que está en todo lugar con tal de que no queramos ocuparlo, con
tal de que no nos queramos adueñar, con tal que lo dejemos ser dejándonos ser
en él.
En nuestro consonarnos con la
naturaleza, nuestro sentirnos acorde con ella, nos percatamos de que esa
afinidad no es el resultado de nuestro planear, menos aún de nuestro hacer;
advertimos que simplemente ella está ahí, y que ese ahí, ese afuera, también
cobija, que su desnudez también abriga. Que lo abierto también abraza, también
nos cuida. Y nos abarca en una pertenencia mucho más vasta que la medida desde
donde medimos los proyectos humanos, las monótonas medidas con que mensuramos
nuestro mundo, con que computamos nuestro obrar, con que calculamos nuestro
poder.
Es entonces, cuando no miramos en
torno guiados por el interés o los deseos, el querer saber o el controlar, que
la conciencia relaja las ataduras que la ligan a la voluntad y se abre para
dejar que el mundo, la naturaleza, el ser o la vida, le llegue, sea revelación,
cumpla su donación. Don, y ni siquiera tal, porque como don podría parecer que
busca imponerse; no como donación, entonces, sino como ofertorio: se muestra,
se ofrece, pero espera ser recibido, espera mi acogida, mi consentimiento, mi
serenidad.
Es entonces, cuando nuestro
sentir se profundiza, cuando la serenidad se ahonda en ese inclinarse del alma
ante lo que la eleva que llamamos unas veces reverencia y otras venerar, que
captamos el ser esencial de la naturaleza, que comenzamos a vivir su
sacralidad, a sentirnos bajo el cielo y sobre una tierra abierta a él. Es allí,
entonces, cuando comenzamos a habitar, a latir desde esa naturaleza que es
nuestro más prístino ser, nuestro más extendido estar.
Habitar, latir y crear en y desde
esa apertura que nos abarca y nos habita, nos abisma y nos sostiene, es también
abrazar nuestra verdadera proporción, nuestra contingencia, nuestro ser mortal.
Finitud que es apertura, fisura y acogida de lo que nos llega, lo que nos
fecunda: de lo sagrado cuando brota vida, cuando es origen. Y es entonces,
finalmente, que comprendemos que la naturaleza no es lo que ya es, que su ser
es fecundar; que su don de sí es engendramiento de nosotros, de nosotros que
somos su estar naciendo, su siendo ahora y aquí, en este instante.”
Hugo Mujica (*)
“Lo puramente brotado”
(*) Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942. Estudió Bellas
Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Esta gama de estudios se
refleja en la variación de su obra que abarca tanto la filosofía, como la
antropología, la narrativa como la mística y sobre todo la poesía.
Entre sus principales libros de ensayos se cuentan
"Origen y destino" (1987), "La palabra inicial" (1995),
"Flecha en la niebla" (1997), "Poéticas del vacío" (2002),
"Lo naciente" (2007), "La casa y otros ensayos" (2008),
"La pasión según Georg Trakl" (2009) y "Del saber del no
saberse" (2014). "Solemne y mesurado" (1990) y "Bajo toda
la lluvia del mundo" (2008), son sus dos libros de cuentos.
Su obra poética, iniciada en 1983, ha sido editada en
Argentina, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Chile, Eslovenia, Rumania,
Bulgaria, Grecia, Portugal, México, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Venezuela,
Bolivia y Uruguay. En 2013-2015 publicó tres volúmenes con casi la totalidad de
su obra, poética, ensayística y narrativa: "Del crear y lo creado",
en la editorial Vaso Roto, México-España. En 2013 se editó su último libro de
poesía: "Cuando todo calla", por el que recibió el XIII Premio Casa
de América de Poesía Americana.
Su vida y sus viajes han sido el material principal de su
obra, hitos como el haber vivido y participado de la década de los 60 en el
Greenwich Village de Nueva York, como artista plástico, o el haber callado
durante siete años en el silencio de la vida monástica de la Orden Trapense,
donde comenzó a escribir, son algunos de los mojones de su historia.
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