Friday, March 17, 2017

Antigua Bendición Irlandesa



Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento siempre esté detrás de ti
 y la lluvia caiga suave sobre tus campos.
 Y hasta que nos volvamos a encontrar, 
que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano. 
Que vivas por el tiempo que tú quieras,
 y que siempre quieras vivir plenamente.
Recuerda siempre olvidar las cosas que te entristecieron,
 pero nunca olvides recordar aquellas que te alegraron
 Recuerda siempre olvidar a los amigos que resultaron falsos, 
pero nunca olvides recordar a aquellos que permanecieron fieles.
 Recuerda siempre olvidar los problemas que ya pasaron,
 pero nunca olvides recordar las bendiciones de cada día
 Que el día más triste de tu futuro no sea peor que el día más feliz de tu pasado.
Que nunca caiga el techo encima de ti y 
que los amigos reunidos debajo de él nunca se vayan. 
Que siempre tengas palabras cálidas en un anochecer  frío,
 una luna llena en una noche oscura, y que el camino siempre se abra a tu puerta.
Que vivas cien años, con un año extra para arrepentirte.
 Que el Señor te guarde en su mano, y no apriete mucho su puño. 
Que tus vecinos te respeten, los problemas te abandonen, los ángeles te protejan,
 y el cielo te acoja. Y que la fortuna de las colinas irlandesas te abrace.
Que las bendiciones de San Patricio te contemplen. 
Que tus bolsillos estén pesados y tu corazón ligero. 
Que la buena suerte te persiga, y cada día y cada noche tengas muros contra el viento, un techo para la lluvia, bebidas junto al fuego, risas para que te consuelen aquellos a quienes amas, y que se colme tu corazón con todo lo que desees.
 Que Dios esté contigo y te bendiga, que veas a los hijos de tus hijos,
 que el infortunio te sea breve y te deje rico en bendiciones. 
Que no conozcas nada más que la felicidad. Desde este día en adelante, que Dios te conceda muchos años de vida, seguro Él sabe que la tierra no tiene suficientes ángeles.




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Monday, March 13, 2017


HABITAR, LATIR, CREAR

"...Y es entonces, finalmente, que comprendemos que la naturaleza no es lo que ya es, que su ser es fecundar; que su don de sí es engendramiento de nosotros, de nosotros que somos su estar naciendo, su siendo ahora y aquí, en este instante."


“El cielo en lo alto, y debajo el valle o las montañas; el río que fluye como fluye, las hierbas que crecen porque crecen y las flores, los colores... y el concentrase noche. Todo abriéndose en lo abierto y el misterio que en lo abierto se muestra sin revelarse, en el misterio de lo que calla en el sonar de la palabra humana o en el silencio que nos humaniza... Todo allí, todo natural, todo porque sí o sin porqué (…)

Natural es lo que no es hechura, lo que no es ni construido ni fabricado, es, en general, lo que late o respira: lo que brota desde sí, como una planta, una fuente, o como el inescrutable soplar de los vientos, esos que sin atarse a nada van de aquí para allá, sin que sepamos de dónde vienen ni hacia dónde van, ese misterioso aliento cuyo ser es pasar y que pasando no cesa de llegar... Todo eso tan abismalmente misterioso y a la vez tan natural y cercano, tan cercano que deponemos nuestro intento de comprenderlo, de abarcarlo... de aferrar. Lo que cuando renunciamos a nuestro intento de develarlo se nos abre como revelación (…)

Mirar así a la naturaleza, verla en su libertad, es también dejar aparecer su belleza, esa belleza que es más originaria que cualquier razón de ser, que es anterior a todo concepto estético, que es independiente del juicio o el goce del espectador. La belleza de todo lo natural que nuestra aspiración de utilidad no nos permite descubrir.

Contemplar la naturaleza, su inmensurable vastedad o su abismal intimidad, sus mares, sus estrellas o el cierne tembloroso de una hoja que asoma, es siempre el contacto, la experiencia, de una realidad, de un espacio que no se centra, no se cierra sobre un yo. Un espacio donde mi mirada no me busca, donde no se refleja en mi propia obra, donde no vuelve a mí para volver a encerrarme… Un espacio, una apertura que salva, que redime.

Entonces, ahora, yo mismo no soy lo mismo y sólo yo, ya no estoy en mí sino en el centro del mundo, de la naturaleza, de la vida, en el manante centro que nos descentra, que nos libera. En ese centro que está en todo lugar con tal de que no queramos ocuparlo, con tal de que no nos queramos adueñar, con tal que lo dejemos ser dejándonos ser en él.

En nuestro consonarnos con la naturaleza, nuestro sentirnos acorde con ella, nos percatamos de que esa afinidad no es el resultado de nuestro planear, menos aún de nuestro hacer; advertimos que simplemente ella está ahí, y que ese ahí, ese afuera, también cobija, que su desnudez también abriga. Que lo abierto también abraza, también nos cuida. Y nos abarca en una pertenencia mucho más vasta que la medida desde donde medimos los proyectos humanos, las monótonas medidas con que mensuramos nuestro mundo, con que computamos nuestro obrar, con que calculamos nuestro poder.

Es entonces, cuando no miramos en torno guiados por el interés o los deseos, el querer saber o el controlar, que la conciencia relaja las ataduras que la ligan a la voluntad y se abre para dejar que el mundo, la naturaleza, el ser o la vida, le llegue, sea revelación, cumpla su donación. Don, y ni siquiera tal, porque como don podría parecer que busca imponerse; no como donación, entonces, sino como ofertorio: se muestra, se ofrece, pero espera ser recibido, espera mi acogida, mi consentimiento, mi serenidad.

Es entonces, cuando nuestro sentir se profundiza, cuando la serenidad se ahonda en ese inclinarse del alma ante lo que la eleva que llamamos unas veces reverencia y otras venerar, que captamos el ser esencial de la naturaleza, que comenzamos a vivir su sacralidad, a sentirnos bajo el cielo y sobre una tierra abierta a él. Es allí, entonces, cuando comenzamos a habitar, a latir desde esa naturaleza que es nuestro más prístino ser, nuestro más extendido estar.

Habitar, latir y crear en y desde esa apertura que nos abarca y nos habita, nos abisma y nos sostiene, es también abrazar nuestra verdadera proporción, nuestra contingencia, nuestro ser mortal. Finitud que es apertura, fisura y acogida de lo que nos llega, lo que nos fecunda: de lo sagrado cuando brota vida, cuando es origen. Y es entonces, finalmente, que comprendemos que la naturaleza no es lo que ya es, que su ser es fecundar; que su don de sí es engendramiento de nosotros, de nosotros que somos su estar naciendo, su siendo ahora y aquí, en este instante.”

Hugo Mujica (*)
“Lo puramente brotado”

(*) Hugo Mujica nació en Buenos Aires en 1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Esta gama de estudios se refleja en la variación de su obra que abarca tanto la filosofía, como la antropología, la narrativa como la mística y sobre todo la poesía.
Entre sus principales libros de ensayos se cuentan "Origen y destino" (1987), "La palabra inicial" (1995), "Flecha en la niebla" (1997), "Poéticas del vacío" (2002), "Lo naciente" (2007), "La casa y otros ensayos" (2008), "La pasión según Georg Trakl" (2009) y "Del saber del no saberse" (2014). "Solemne y mesurado" (1990) y "Bajo toda la lluvia del mundo" (2008), son sus dos libros de cuentos.
 Su obra poética, iniciada en 1983, ha sido editada en Argentina, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Chile, Eslovenia, Rumania, Bulgaria, Grecia, Portugal, México, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Venezuela, Bolivia y Uruguay. En 2013-2015 publicó tres volúmenes con casi la totalidad de su obra, poética, ensayística y narrativa: "Del crear y lo creado", en la editorial Vaso Roto, México-España. En 2013 se editó su último libro de poesía: "Cuando todo calla", por el que recibió el XIII Premio Casa de América de Poesía Americana.
 Su vida y sus viajes han sido el material principal de su obra, hitos como el haber vivido y participado de la década de los 60 en el Greenwich Village de Nueva York, como artista plástico, o el haber callado durante siete años en el silencio de la vida monástica de la Orden Trapense, donde comenzó a escribir, son algunos de los mojones de su historia. 


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