Tuesday, June 27, 2017





EL
SENTIDO
DE LA 
BÚSQUEDA...


¡No saber es formidable!







"Al niño le atrae por naturaleza el buscar. Lo que pasa es que no lo llama así, ni el adulto lo reconoce como tal.

Sin embargo, la búsqueda es algo que nos hace sentir bien y nos enseña a comprender. Lo que nos impide reconocerla es nuestro modo de acercarnos a ella.

A veces el resultado de esa búsqueda puede desconcertar porque no es lo que uno espera. En la búsqueda no se debe proyectar el resultado: uno debe ir abierto. De lo contrario no es una búsqueda.

Sin embargo, la mayoría de los seres, por miedo a lo desconocido, por temor a una reacción de la que no saben nada de antemano, no quieren permanecer abiertos y proyectan lo conocido para sentirse seguros. Uno debe continuar buscando. Debe evitar conclusiones y afirmaciones que paralizan o estancan la búsqueda. Hay que mantener una pregunta viviente, ¡y hay tantas…! ¿Qué es la vida? ¿Qué es educar y para qué? ¿Cuál es realmente la diferencia entre un adulto y un niño? ¿Qué comprendo de esa diferencia?
Para el niño es importante entender que no todo es perfecto. Que es necesario seguir buscando algo más satisfactorio. Algo mejor. El principio de una búsqueda, de un aprender, es abrirse a las preguntas. Pero abrir a los niños a las preguntas es siempre difícil porque nosotros, los adultos, no las tenemos. Hacerse preguntas no es cómodo y la comodidad es lo que rige nuestras vidas.
Sin embargo, si somos educadores, si somos padres, tenemos que sacudirnos esa comodidad y ese anhelo de seguridad, y plantearnos preguntas. Preguntas que tenemos que compartir con los niños. Si uno tiene una pregunta y la comparte con el niño, éste es el comienzo de un aprender. Un aprender compartido.
La búsqueda es necesaria porque al estar el niño ante algo, sin una idea preconcebida, el acto de buscar lo abre a lo desconocido. De ese modo, el “no saber” deja de ser un pecado, para convertirse en un incentivo y en un interés por buscar más. Esto es muy importante, porque al niño a quien se le enseña que es “un burro” porque no sabe, va a creerse menos que otros. No va a tener confianza en sí mismo sino en su mente y en la importancia del saber intelectual. Lo que es peor, no buscará y su manera de ser será pasiva. De esta forma, su verdadera inteligencia no se desarrollará… la verdadera inteligencia sólo se desarrolla en la búsqueda.
La actitud de buscar resguarda al niño de llegar a ser un adulto que “lo sabe todo”. Un niño que no se pregunta, que no sabe buscar, perderá también su posibilidad de algo más espiritual, de buscar dentro de sí el porqué está en esta tierra y cuál podría ser su función, su utilidad. La necesidad de buscar le dará, cuando sea mayor, la posibilidad de buscar la verdad. Y en el mundo no hay ninguna cosa que produzca tanto placer, tanta felicidad real, como el encuentro con la verdad, la propia y la ajena, ¡que es la misma! En el momento en que aparece, da vida a todo. Pero el precio que tenemos que pagar por ella es alto.
Necesitamos hacer muchos esfuerzos antes de presenciar o vivir una verdad. Por eso es tan importante dar a los niños el sentido de la búsqueda."

Nathalie De Salzmann De Etievan (*)
(*) Nathalie De Salzmann de Etievan ( Tbilisi , 29 de enero 1917 - Caracas , 11 de junio 2007 ) fue una educadora georgiana .Nacida en Tbilisi, Georgia , estudió en Suiza y Francia. Hija de Alexandre y Jeanne de Salzmann , desde joven se crió en estrecho contacto con las Enseñanzas de “Georges Ivanovich Gurdjieff“. Desde 1950 se trasladó a Venezuela, donde comenzó una exitosa carrera como periodista, traductora, conductora, pintora y se establece en especial como educadora y pedagoga. A ella se debe el nacimiento del modelo educativo Etievan, un método pedagógico, cuyas ideas, experiencias y métodos de trabajo en el campo de la educación son la base de muchos colegios y campus para niños en varios países de América Latina, Perú, Venezuela , Colombia, Ecuador y Chile. 
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Thursday, June 8, 2017



ALTAS CUMBRES

¿Por qué resignarnos a NO SER quienes verdaderamente SOMOS? 


“Una vez un catamarqueño encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Además hubiera sido difícil que este animal llegara hasta allá para depositarlo. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz.

No sabiendo lo que era decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona que justamente tenía una pava empollando. Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a este debajo de la pava clueca.

Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba del resto de la nidada. y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Sí Señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente. El bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios. Vivía en el gallinero. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que hacían los otros pavos.

A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar y respondiendo ante quien los impresiona, con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser muy grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas, nuestro animalito, quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre el suelo en busca de comida, no lograba distinguir lo que sucedía en las alturas. En su corazón se despertó una nostalgia poderosa.

Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando escuchó su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías, porque se hacía tarde y debían buscar frutita madura y gusanos para el almuerzo.

Desorientado el pobre animalito siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retornó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, murió en la pavada, como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las altas cumbres!”

Mamerto Menapace (*)
“Morir en la pavada”

(*) Mamerto Menapace nació en Malabrigo, región del Chaco Santafesino, hoy norte de la provincia de Santa Fe, en 1942. Es un monje benedictino y escritor argentino. Ha escrito cuentos, poesías, ensayos bíblicos, narraciones, reflexiones. Se inspira un tanto en el Cura Brochero. Publica en la Editora Patria Grande desde 1976. Ha editado numerosos libros muy famosos en el ámbito de la Iglesia católica en Argentina y también en el extranjero. Sus más de cuarenta libros tratan temas que van desde el encuentro con Dios al crecimiento en la fe.



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