NO BARRAS LAS HOJAS…
“Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu
propio otoño, batida por el viento, déjate caer”
“Le pido a una vecina
que, por favor, no barra las hojas de otoño que se han acumulado estos días en
nuestra vereda común. Me mira extrañada. Sonríe. Comprendo que sea difícil
entender a un vecino que defienda el derecho de las hojas de los liquidámbares
y los “ginkgo biloba” a permanecer ahí, para ser contempladas, para ser pisadas
(algunas crujen), para jugar con ellas. Las hojas del otoño en nuestra ciudad
desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas
amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos: “Todo cae,
pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el
viento, déjate caer”. Somos pasajeros. Destellos en la noche. Pensamos que
aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota
ante la finitud y la muerte. Pero el mismo otoño —gran maestro de las
estaciones— se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El
otoño no se hace implantes ni liposucciones a sí mismo. No busca prolongar
artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad en el
momento mismo de eclipsarse, igual que las estrellas que, cuando colapsan,
estallan en un espectáculo pirotécnico de adiós. El cielo se ha encargado de
hacer del ocaso una fiesta y no un funeral. ¡No barramos las hojas de este
otoño, dejémoslas el máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso
por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano, ¿qué
tipo de adultos serán mañana? La mayor parte de nuestras neurosis,
frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen de que nadie nos ha
enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño. Pero para mirar y aprender de
las alfombras de hojas, hay que tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No
tenemos ni tiempo para detenernos para entender que nosotros mismos somos el
mismo tiempo que se nos va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la
poca vida que nos fue dada en tacos interminables, en correr de asunto en
asunto, de “evento” en “evento” como sombras, y en que hemos dejado de
vivenciar la vida como el mayor acontecimiento de todos, es bueno arrimarse a
un árbol de otoño. Permanecer junto a él lo más que podamos y decir como
Fausto, embelesado y redimido ante Helena: “El espíritu no mira ni hacia
delante ni hacia atrás. Tan sólo el presente es nuestra felicidad”. Es
interesante que el arquetipo del nihilista, el Fausto que no sabe gozar del
presente —salvo en este diálogo con Helena y en la escena final de la obra— y
es devorado por sus deseos insaciables y el futuro, encarne por un momento lo
que el mismo Goethe llamó “la salud del momento”. Mientras miro embelesado caer
las hojas de los árboles de este otoño, compadezco a los que veo correr
desaforadamente tras un éxito ilusorio y vano. ¿Qué Presidente de la República,
político, empresario o estrella de rock tiene tiempo para perder deambulando
entre las hojas, con amigos y no con asesores o guardias personales? ¿Cuántos
de nosotros mismos no estamos secuestrados por nuestros propios éxitos?
Pregúntate dónde está “tu” otoño, cuántas hojas contaste en la vereda de tu
calle, y serás mejor gobernante, mejor empresario, mejor artista, mejor hombre.
No es en las encuestas, en los focus groups, en los indicadores económicos, en
los gráficos de fastidiosos y monótonos power-points donde están las
respuestas. La respuesta, como dijo Bob Dylan —que está cantando mejor que
nunca a sus 70 años—, “está temblando en el viento”. No es cierto que para ser
un mejor país necesitamos sólo más “emprendedores”—como se repite tanto hoy—.
Lo que el mundo necesita hoy con urgencia son más contemplativos, más sabios,
más habitantes del instante, más guardianes del otoño. Por eso, querida vecina,
no barra esas hojas, que no son hojas sino espejos, letras de un alfabeto
inmemorial que de nuevo debemos aprender a leer, para volver a ser.”
Cristián Warnken Lihn (*)
(*) Cristián Warnken Lihn (Santiago, 1961) es profesor de literatura, comunicador, entrevistador, conductor de televisión y poeta chileno.
En televisión es conocido por haber sido por más de diez años el conductor del programa La belleza de pensar, del que fue el creador, transformado más tarde en Una belleza nueva. Además es el creador y conductor de diversos programas radiales, fue editor y director de algunos periódicos de índole cultural, y es también columnista del diario El Mercurio. Actualmente conduce el programa El desierto florece, que se transmite por Oasis FM y también en Internet en el sitio web OtroCanal.cl.
Buscanos en: