¿Qué nos hace particularmente humanos: la
conciencia, el pensamiento, el sentimiento, el libre albedrío? ¿Somos seres enteramente
definibles desde el determinismo biológico? ¿Respondemos mecánicamente a
ciertos estímulos con un patrón determinado? ¿Nacemos completos o, naciendo,
reiniciamos el proceso de completarnos?
Diría que somos una “ecuación” compleja cuyo
resultado acepta múltiples variables, producto de nuestra libertad de elección, aún
si ésta estuviera oculta en lo contextual de cada vida.
Nos estamos actualizando constantemente, pero…
¿qué aspectos de la existencia actualizamos: los evolutivos, los científicos,
los espirituales? Es sabido que los
avances de la ciencia en los campos de la física, de la medicina, de la
biología, de la robótica –por nombrar algunos- muestran una formidable celeridad. Por otro
lado, la tecnología confronta al hombre, día a día, con su propia capacidad
para la adecuación productiva, considerada exigible en la sociedad moderna y/o
futurista. En ella, casi todo está a nuestro alcance, de modo que podríamos sentirnos
satisfechos, provechosos, plenos, felices.
No obstante, “algo” nos falta y, a su vez,
“algo” existe en demasía. Dentro de esta confusa ambivalencia, sí percibimos lo
faltante como un elemento esencial, trascendente, vital, constitutivo.
¿Nos estaría faltando el Saber, en tanto
experiencia?, ¿el Pensar, en tanto discernimiento?, ¿la Educación, en tanto
transmisión de valores?, ¿la Emoción, en tanto manifestación del ser y del ser
con otros?, ¿el Vínculo, en tanto construcción del amor?, ¿el Sentido Común
como parámetro de convivencia?
Posiblemente, nos estaría faltando el HOMBRE como fin en sí mismo.
Si a nuestra biología no le incorporamos
éstas y otras particularidades humanas –construidas en la matriz social desde
la cual el otro nos inscribe en el mundo- el conocimiento de la vida sería
absurdamente precario. En ese caso, nos
habríamos conformado sólo con la versión cientificista –“qué somos”- habiendo
desertado de la verdad última – “quiénes
llegaríamos a ser”-.
Definitivamente, habríamos prescindido de lo
más valioso e impredecible del hombre: su
subjetividad. Y he aquí la inquietante maravilla de la condición humana:
somos, en cierta forma, indefinibles; no cabemos en silogismos ni prospectos,
ni tenemos una pizca de semejanza con las partículas estables.
¡Afortunadamente no somos mensurables! Somos
simplemente HUMANOS.
Marité Tilvé
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