CULTIVAR LA NUEVA
TIERRA
“Una cultura es un
cultivo, y para cultivar la nueva tierra, hemos de cultivar nuestra propia
tierra, la de nuestro cuerpo, la de nuestra energía. Hemos de cultivar la
tierra de nuestras relaciones humanas, pues de ella nace toda economía. Hemos
de cultivar la tierra de todas nuestras religiones para que todas sean
religiones del amor y el amor sea nuestra verdadera religión”.
Como una glaciación
que congeló la expansión desordenada llegó, en la década de los años 30, la
recesión de la economía mundial. En nuestros días el crecimiento artificial,
jalonado por la invasividad de la competencia y de la guerra, se congela de
nuevo, como diciéndonos que la contracción es sólo aquello que sucede a la
expansión. En las crisis despertamos, de las emergencias, emergemos. Si no nos
resistimos al cambio podemos en verdad crecer.
Y ¿Qué tal si no nos
resistimos a contraernos? Tal vez así la crisis podría convertirse en una
preciosa oportunidad para regresar a nosotros mismos y, a través de este ocaso,
reconocer la belleza de nuestra noche interna. Estamos a tiempo para
concebirnos de nuevo. Para reinventarnos. En esta contracción puede suceder lo
que de veras vale para ser: una expansión interior, un encender el corazón,
para que la tierra sea hogar y hoguera.
¿Regresamos?
Si….de una vez por
todas, sin resistencias, regresemos. Si después de cada expansión el corazón no
se pudiera contraer, no sería posible nuestra vida. Si en la matriz del caos no
se gestara el nuevo orden, la evolución no sería posible. Sin un camino de
retorno la vida pierde su sentido. Regresar por los caminos recorridos, para
encontrar adentro el lugar donde un día nos perdimos, es ahora necesario.
Escuchemos la voz de la necesidad, para reconocer que no hay cosecha sin
semilla.
Perdimos el contacto
con lo esencial cuando confundimos ser y tener, vivir y consumir, existir y
cosechar. Perdimos la conciencia de la esencia cuando convertimos la existencia
en una estrategia para crecer cuantitativamente. Perdimos el rumbo cuando
nuestro intelecto se alejó de nuestro centro y, así, sin corazón, nuestro
crecimiento fue tan externo como peligroso. La macroeconomía iba muy bien,
claro está, la apariencia era fantástica, pero no había un soporte interior, y
como un castillo de naipes, una tras otro fueron cayendo las aparentemente
invulnerables fortalezas. Porque no tenían corazón.
El corazón de la
vida se expande y se contrae. Las expansiones indefinidas no son posibles, pues
la misma vida se renueva por la muerte, y el devenir evolutivo hace que todos
los caminos conduzcan de nuevo hasta nosotros mismos. En todo caso, más tarde o
más temprano, regresamos sobre nuestros propios pasos. Cada paso es una huella,
un surco en la tierra de la vida, donde sembramos las semillas de nuestras
acciones. Y un día regresamos, para constatar que la calidad de la cosecha es
el resultado de la siembra.
Y ¿Qué hemos
sembrado? La ilusión de una libertad sin responsabilidad. El espejismo de la
exclusividad. La confusa idea de ser para tener, que nos ha llevado a la
ilusión de creer que es esencia la apariencia. Sembramos ya no el Dios
universal del amor sino un pequeño Dios, a imagen y semejanza de nuestros
pequeños intereses. Hemos sembrado la semilla de la competencia y nos hemos
perdido la cosecha humana del compartir. Hemos sembrado la semilla de la
posesividad y nos hemos perdido la cosecha de la fraternidad. Sembramos para
saciar nuestros sentidos y cosechamos el vacío del sentido. Hemos sembrado la
esperanza en los valores de la bolsa mientras se desvalorizaban las acciones de
nuestra propia humanidad. Invertimos en seguros de vida que sólo nos podían
asegurar la muerte.
Lo esencial no es el
fruto de nuestras acciones, lo verdaderamente sustancial son las semillas. Lo
esencial no es producir, ni cosechar, ni mucho menos consumir. Lo esencial, esa
siembra verdadera que determina la calidad de nuestras cosechas, es lo que
damos de todo corazón. En ello nos jugamos la felicidad.
Una cultura es un
cultivo, y para cultivar la nueva tierra, hemos de cultivar nuestra propia
tierra, la de nuestro cuerpo, la de nuestra energía. Hemos de cultivar la
tierra de nuestras relaciones humanas, pues de ella nace toda economía. Hemos
de cultivar la tierra de todas nuestras religiones para que todas sean
religiones del amor y el amor sea nuestra verdadera religión.
Cuando, alrededor de
sus cuarenta años de vida, las águilas maduras no pueden utilizar ya ni su pico
ni sus garras retorcidas, destruyen el pico envejecido golpeándolo contra las
rocas. Después de un largo ayuno crece un nuevo pico con el que se arrancan de
raíz las plumas viejas y las inservibles garras. Con su equipaje renovado las
águilas emprenden el vuelo de una nueva vida. ¿Qué tal si renunciáramos a
nuestra desmedida ambición que es como la avidez envejecida del pico y de las
garras? Es tiempo de emprender el vuelo del alma humana para contemplar la
unidad del plan del que somos parte. Es el tiempo de revisar la economía, pero
no sólo la de las relaciones entre los gobiernos y la banca, sino también
nuestra economía cotidiana, para renunciar, para saber perder sin perdernos,
para desechar, también nosotros todos, la ilusión neoliberal de una expansión
ilimitada.
Restauremos la
economía dando nueva vida a las cosas humildes y sencillas. Barrer, escarbar la
tierra, recoger las hojas secas, garrapatear de nuevo el poema que había matado
nuestra prisa. Mirarnos a los ojos sin temor. Cultivar en presente la
confianza, para que en el horizonte de la vida se dibuje un nuevo amanecer.
Cuando a nuestra vida vuelva la humildad sencilla de ser lo que somos, seguro
habrá más tiempo, tendremos tiempo, seremos tiempo. Seremos cultores de la
nueva tierra y no simplemente cultos. No temamos, no nos caeremos de nosotros.
A lo mejor toquemos fondo, pero no hay nada más peligroso que las olas
superficiales, cuando no tenemos el ancla del ser en el fondo de nosotros. Más
allá de la incertidumbre, en el reino de las profundidades, el tener se
disuelve en el propio ser, y ya nada se puede perder.
Caen las acciones.
Ascienden sin un segundo de retraso las mareas y el reloj cósmico marca nuestro
tránsito por la constelación de Acuario. No se quedó la tierra en Piscis. Caen
por enésima vez los indicadores de la bolsa de valores, pero aún la savia
asciende en busca de la luz. Se alteran los ciclos de la economía pero la
tierra gira sobre si misma cada veinticuatro horas, y alrededor del sol,
justamente en los trescientos sesenta cinco días del reloj solar. ¿Vemos oscuro
el porvenir y queremos refugiarnos en el pasado? Entonces, hay una solución
posible. Disolvernos en esa naturaleza que es la nuestra. Revolvernos.
Resolvernos, para que comience el presente, ese tiempo interior indelegable en
que podemos ser como nosotros. Y regresar a la madre, a la tierra, al surco, a
la luz interior de nuestro recóndito fuego. Encontrar la belleza sencilla de lo
esencial. Revelar de la apariencia su vanidad sin sustancia y sin sentido. Tal
vez en esta crisis de sentido podamos cambiar de dirección, para volver por el
camino de nosotros mismos. Se puede ganar perdiendo. Se puede perder ganando.
Cuando no nos resistimos a perder el lastre del no ser, revelamos la siempre
alegra y sencilla la levedad del ser. Cuando la cosecha nos hace olvidar de las
semillas perdemos la magia del sembrador. Si la abundancia nos hace olvidar que
el dar es nuestra siembra, esa abundancia sólo será el primer paso a la
miseria.
Que Dios bendiga
esta crisis. Que en el surco de nuestra tierra herida sembremos ahora las
mejores semillas. Las de la tolerancia y la flexibilidad. Las de la humildad y
la de la sencillez. Y, sobre todo, la semilla de la autenticidad, para que
seamos lo que somos de verdad, y nuestra economía, nuestras relaciones y
nuestra vida no estén, ya nunca más, soportadas en la mentira.”
Dr. Jorge Carvajal
Posada (*)
Fuente: Fundación Ananta
(*) El doctor Jorge
Carvajal nació en Medellín (Colombia).
Es médico de la Universidad de Antioquía, pionero de la medicina bioenergética
en Hispanoamérica y creador de la sintergética. Ésta es una propuesta médica
que, desde el espíritu de la síntesis, integra los avances en biocibernética y
en teoría general de sistemas, la física cuántica, las medicinas tradicionales
y los más modernos descubrimientos de la medicina occidental, a la sanación,
concebida ésta como el camino hacia la paz, la armonía interior y la
solidaridad en las relaciones. Carvajal es a la vez un brillante médico y
filósofo, científico de vanguardia y artista. Su trabajo no nace sólo del
intelecto, es una experiencia viva que llega al corazón. Es cofundador de
Viavida, sociedad destinada a la investigación, la asistencia y la docencia,
que constituye la plataforma para la expansión mundial de esta nueva forma de
entender la medicina.