Friday, November 18, 2016




ATESTIGUAR LA EXISTENCIA


Lo humano de nosotros, lo profundamente humanos de nosotros, no está garantizado por nuestra duración en el tiempo. Está garantizado por la calidad espiritual y cultural que tengan nuestras vidas.


“El problema del hombre con las diferencias no es un problema nuevo, es un problema antiguo. La diferencia es la presencia de ese otro, que restringe el campo de la omnipotencia del propio yo, de la propia identidad, de la propia verdad, que está ahí para decirnos: sin mí, no; sino que juntos un poco mejor. Está ahí para recordarnos que dos viene antes que uno. Y no es fácil asimilar esto. No es fácil ser consecuentes con esta idea del diálogo, del encuentro, de la convergencia, de la diversidad, en suma.Por eso creo yo, que la mundialización o la globalización presenta actualmente un panorama tan claro de déficit en términos de recursos culturales y subjetivos para ser llevados a cabo de un modo hondo consecuente.

Otra paradoja de nuestro tiempo, que también está en el origen de los temas que tratamos de debatir aquí es el abismo notable que se ha abierto entre recursos objetivos de comunicación y la pobreza de los recursos subjetivos de comunicación.Teléfonos tenemos todos, pero ¿de qué hablamos? Es un problema serio. No es cierto, es un problema interesante, acuciante, rico. Demos realmente gracias al desarrollo de la tecnología por facilitarnos la oportunidad de tanta proximidad. Pero fortalezcamos simultáneamente los elementos espirituales y culturales que le den sentido al encuentro tan facilitado por la tecnología.

Me parece que estos son dilemas del presente. Vivimos finalmente en un mundo que está mucho más amenazado en términos de extinción, por el empobrecimiento de nuestra vida espiritual que por el estallido inmediato de una bomba atómica.La especie humana es sumamente delicada y se extingue fácilmente, aunque sobrevivamos.Lo humano de nosotros, lo profundamente humanos de nosotros, no está garantizado por nuestra duración en el tiempo. Está garantizado por la calidad espiritual y cultural que tengan nuestras vidas.

Vemos no sin gratitud muchas veces que la vida humana se extiende en el tiempo. Estamos empezando a poder vivir con una relativa normalidad unos 80 o 90 años. Pero durar es peligroso, vivir es interesante.No sé si necesitamos vivir tantos años. Hay algo extraordinariamente encantador en ser discreto con las cantidades, en no servirse dos veces del mismo plato. En ceder el lugar, me bajo la próxima, suba usted.

Pero nos aferramos a la duración y la calidad de la vejez en nuestras culturas es muy precaria. No sabemos qué hacer muy bien con los viejos; están culturalmente desacreditados. Nadie espera nada de un hombre de más de 60 años.Y sin embargo hemos aprendido a durar. Tendríamos que volver a preguntarnos qué hacer con el tiempo. Tendríamos que volver a preguntarnos qué simetría es la que existe entre una vejez desacreditada y una juventud exaltada como atributo.

Estas cuestiones, en un entorno natural fatigado por el abuso que hemos hecho de él, en términos de objeto explotación, unido todo esto a la convicción profunda en muchos de nosotros supongo, entre todos los que estamos aquí, es que vivir es un milagro. Milagro eso que ocurre una vez. Y nosotros ocurrimos una única vez.

Vivir es un milagro; ser testigos de la vida un privilegio. Somos la única especie que está llamada a atestiguar la existencia de la vida en términos de conciencia.Todo ello, me parece, habla de fuerzas encontradas, en una tensión profunda entre Eros y Tánatos. Entre el amor a la vida y la pasión y la fascinación por la muerte.No se trata de resolver ese conflicto, se trata de enriquecerlo. Digo que no se trata de resolverlo, porque normalmente la resolución del conflicto entre Eros y Tánatos, en términos radicales, se llama fundamentalismo.

Mas bien se trata de enriquecer la tensión entre estas dos fuerzas dentro de cada uno de nosotros y en la convivencia entre todos, a través de una mejor comprensión de lo que podemos llamar el proyecto de vida.

El hombre, me parece, tiene la particularidad de pertenecer a una especie inconclusa.Somos la única especie inconclusa, en la medida en que no pertenecemos por entero a la Biología; no nos acabamos en el campo de la evolución biológica.Estamos haciendo de la identidad una tarea incesante una búsqueda permanente y provisional: Uno es aproximadamente uno mismo. Nadie puede, si es sensato, estar demasiado seguro de qué habla cuando habla de sí mismo. Uno es, más o menos uno, ¿no?Y esto es libertad espiritual también; esto es riqueza, esa tarea de es esto ¿Para que vivimos? Para seguir construyéndonos, esto significa que no terminaremos de hacerlo jamás si tenemos suerte.

 A veces no resistimos, nos damos por concluidos y egresamos de la tarea de concluimos con el título de doctor en dogmatismos. Lo inequívoco nos fascina y ponemos fin a la discusión, desenfundando.El hombre está siempre expuesto a ese riesgo, cada uno de nosotros lo está. (…)Dialogar no es ser amable o si ustedes quieren más cínicamente, cordialmente indiferente con el prójimo.

El diálogo es una construcción de identidad, a través del encuentro con ideas que matizan las nuestras, las relativizan y las fortalecen al mismo tiempo. No conversamos con otro, sino con la idea profunda de ver si lo que dice, nos despierta.Porque hay en nuestra especie, convengámoslo también, una vocación por el sueño extraordinario: No por soñar, por dormir.Una pasión calcárea por la inmovilidad.

Un deseo de inequivosidad que nos gobierna permanentemente y que combatimos a través de lo mejor de la cultura de la ciencia, el arte, de la filosofía, el diálogo.Aprender a despertar no significa asomarnos a lo que las cosas realmente son sino despertar de aquella pesadilla que sabemos que vivimos en la realidad; eso es una pesadilla.Presumir que sabemos, lo que realmente es la realidad, es una pesadilla. La realidad para el hombre es tarea, no es evidencia.

La realidad para el hombre es tarea, tarea quiere decir búsqueda de significado, no significado claro y definitivo de una buena vez.¿Recuerdan el cuadro de Magritte? ¿El de la pipa? Abajo dice esto no es una pipa, no es un cuadro.

Tenemos tanta necesidad de creer, que las palabras y las cosas son sinónimos; no son sinónimos. Las palabras quieren decir, no dicen.Quieren decir, tratan de significar, se aproximan a lo real a través de una propuesta interpretativa nunca suficiente, nunca definitiva. El mundo no nos ha sido dado como evidencia, sino como materia de interpretación incesante.Queremos significar algo, para el prójimo, para nosotros mismos. Queremos significar algo acerca de lo real; hablamos no para decir lo que las cosas son, sino para llegar a saber que nos significan.

No es un estilo peor que cualquier otro, y es sumamente interesante, si uno comprende qué es el lenguaje. Si uno advierte intuitivamente aunque sea, que no hablamos sino para tratar de constituirnos en humanos.Hablamos para tratar de ser, y no para decir lo que las cosas definitivamente son. Por eso todas las formas de expresión, desde las corporales hasta las verbales, todas las formas de expresión, nos hacen evidente el hecho de que el hombre crea para tratar de constituirse en persona y no porque lo sea.

Creamos para tratar de ser, creamos porque en la creación encontramos un escenario de personificación, nos hacemos presentes a través de la creación.Y la creación no está en el campo de la literatura ni de la filosofía solamente, está de modo eminente en la convivencia.El arte más requerido de nuestro tiempo y el más frágil es aprender a convivir.”

Santiago Kovadloff (*)


(*)(Buenos Aires, 14 de diciembre de 1942) es un ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños argentino. Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires con una tesis sobre el pensamiento de Martín Buber titulada El oyente de Dios. Algunas de sus obras fueron traducidas al hebreo, portugués, alemán, italiano y francés y otras se han difundido por España.
Es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) y miembro del Comité Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurion del Neguev, de Israel. Participó como profesor invitado en la Cátedra Latinoamericana “Julio Cortázar” de la Ciudad de Guadalajara, México, en el año 2013.
Desde 1992 es miembro correspondiente de la Real Academia Española. Desde 1998 es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Desde 2013 es vicepresidente de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Desde el año 2014 integra el Capítulo Argentino del Club de Roma. Integró el Tribunal de Ética de la Comunidad Judía de la República Argentina hasta su disolución.
Se desempeña profesionalmente como profesor de filosofía y conferencista.


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Friday, November 4, 2016

ASOMBRO...



¡ASOMBRO!


.... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada de nada...




Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos. Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos.



“Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las labores, y otras emplean la mayor parte de su tiempo libre en la práctica de algún deporte.

A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos temas, tales como la astronomía, la fauna o los inventos tecnológicos.

Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo exigir que todos los demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen que el deporte es aburrido

¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo? ¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos, independientemente de quiénes sean o de en qué parte del mundo vivan? Sí, querida Sofía, hay algunas cuestiones que deberían interesar a todo el mundo. Sobre esas cuestiones trata este curso. ¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas.

Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita.

Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos. Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos.

Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.

La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas:

¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir?

En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.

En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos. Ya hemos formulado algunas de las más importantes. No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho.Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas que contestarlas.

También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado.

La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse, quizás, con una historia policíaca. Unos opinan que Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen.

Cuando se trata de un verdadero misterio policíaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte, también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No obstante, el misterio sí tiene una solución.

Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie de vida después de la muerte, o no existe.

A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede «creer que hay un hombre en la luna, o que la luna es un queso.

Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?

A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.

En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos.

Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.”

Jostein Gaarder (*)
“El mundo de Sofía”


(*) Nació el 8 de agosto de 1952 en Oslo. Profesor de Filosofía y de Historia de las Ideas en un liceo de Bergen durante ocho años. En 1990 recibió el Premio Nacional de Crítica Literaria en Noruega y el Premio Literario del Ministerio de Asuntos Sociales y Científicos por su novela El misterio del solitario, que el año siguiente recibió el Premio Europeo de Literatura Juvenil.En el año 1991, una de sus obras, El mundo de Sofía, le dio fama. Fue el escritor más vendido del planeta durante los años 95 y 96 (El mundo de Sofía, 15 millones de ejemplares, traducido a 44 idiomas). En Maya, profundiza en la relación del hombre con la naturaleza. El enigma y el espejo (1993) presenta un intercambio de preguntas y respuestas entre Cecilia, una muchacha triste y enferma y Ariel, un curiosísimo ángel. Es autor también de Vita brevis (1997).



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