ATESTIGUAR LA EXISTENCIA
Lo humano de nosotros, lo profundamente humanos de nosotros, no
está garantizado por nuestra duración en el tiempo. Está garantizado por la
calidad espiritual y cultural que tengan nuestras vidas.
Otra paradoja de nuestro tiempo, que también está en el origen de los temas que tratamos de debatir aquí es el abismo notable que se ha abierto entre recursos objetivos de comunicación y la pobreza de los recursos subjetivos de comunicación.Teléfonos tenemos todos, pero ¿de qué hablamos? Es un problema serio. No es cierto, es un problema interesante, acuciante, rico. Demos realmente gracias al desarrollo de la tecnología por facilitarnos la oportunidad de tanta proximidad. Pero fortalezcamos simultáneamente los elementos espirituales y culturales que le den sentido al encuentro tan facilitado por la tecnología.
Me parece que estos son dilemas del presente. Vivimos finalmente en un mundo que está mucho más amenazado en términos de extinción, por el empobrecimiento de nuestra vida espiritual que por el estallido inmediato de una bomba atómica.La especie humana es sumamente delicada y se extingue fácilmente, aunque sobrevivamos.Lo humano de nosotros, lo profundamente humanos de nosotros, no está garantizado por nuestra duración en el tiempo. Está garantizado por la calidad espiritual y cultural que tengan nuestras vidas.
Vemos no sin gratitud muchas veces que la vida humana se extiende en el tiempo. Estamos empezando a poder vivir con una relativa normalidad unos 80 o 90 años. Pero durar es peligroso, vivir es interesante.No sé si necesitamos vivir tantos años. Hay algo extraordinariamente encantador en ser discreto con las cantidades, en no servirse dos veces del mismo plato. En ceder el lugar, me bajo la próxima, suba usted.
Pero nos aferramos a la duración y la calidad de la vejez en nuestras culturas es muy precaria. No sabemos qué hacer muy bien con los viejos; están culturalmente desacreditados. Nadie espera nada de un hombre de más de 60 años.Y sin embargo hemos aprendido a durar. Tendríamos que volver a preguntarnos qué hacer con el tiempo. Tendríamos que volver a preguntarnos qué simetría es la que existe entre una vejez desacreditada y una juventud exaltada como atributo.
Estas cuestiones, en un entorno natural fatigado por el abuso que hemos hecho de él, en términos de objeto explotación, unido todo esto a la convicción profunda en muchos de nosotros supongo, entre todos los que estamos aquí, es que vivir es un milagro. Milagro eso que ocurre una vez. Y nosotros ocurrimos una única vez.
Vivir es un milagro; ser testigos de la vida un privilegio. Somos la única especie que está llamada a atestiguar la existencia de la vida en términos de conciencia.Todo ello, me parece, habla de fuerzas encontradas, en una tensión profunda entre Eros y Tánatos. Entre el amor a la vida y la pasión y la fascinación por la muerte.No se trata de resolver ese conflicto, se trata de enriquecerlo. Digo que no se trata de resolverlo, porque normalmente la resolución del conflicto entre Eros y Tánatos, en términos radicales, se llama fundamentalismo.
Mas bien se trata de enriquecer la tensión entre estas dos fuerzas dentro de cada uno de nosotros y en la convivencia entre todos, a través de una mejor comprensión de lo que podemos llamar el proyecto de vida.
El hombre, me parece, tiene la particularidad de pertenecer a una especie inconclusa.Somos la única especie inconclusa, en la medida en que no pertenecemos por entero a la Biología; no nos acabamos en el campo de la evolución biológica.Estamos haciendo de la identidad una tarea incesante una búsqueda permanente y provisional: Uno es aproximadamente uno mismo. Nadie puede, si es sensato, estar demasiado seguro de qué habla cuando habla de sí mismo. Uno es, más o menos uno, ¿no?Y esto es libertad espiritual también; esto es riqueza, esa tarea de es esto ¿Para que vivimos? Para seguir construyéndonos, esto significa que no terminaremos de hacerlo jamás si tenemos suerte.
A veces no resistimos, nos damos por concluidos y egresamos de la tarea de concluimos con el título de doctor en dogmatismos. Lo inequívoco nos fascina y ponemos fin a la discusión, desenfundando.El hombre está siempre expuesto a ese riesgo, cada uno de nosotros lo está. (…)Dialogar no es ser amable o si ustedes quieren más cínicamente, cordialmente indiferente con el prójimo.
El diálogo es una construcción de identidad, a través del encuentro con ideas que matizan las nuestras, las relativizan y las fortalecen al mismo tiempo. No conversamos con otro, sino con la idea profunda de ver si lo que dice, nos despierta.Porque hay en nuestra especie, convengámoslo también, una vocación por el sueño extraordinario: No por soñar, por dormir.Una pasión calcárea por la inmovilidad.
Un deseo de inequivosidad que nos gobierna permanentemente y que combatimos a través de lo mejor de la cultura de la ciencia, el arte, de la filosofía, el diálogo.Aprender a despertar no significa asomarnos a lo que las cosas realmente son sino despertar de aquella pesadilla que sabemos que vivimos en la realidad; eso es una pesadilla.Presumir que sabemos, lo que realmente es la realidad, es una pesadilla. La realidad para el hombre es tarea, no es evidencia.
La realidad para el hombre es tarea, tarea quiere decir búsqueda de significado, no significado claro y definitivo de una buena vez.¿Recuerdan el cuadro de Magritte? ¿El de la pipa? Abajo dice esto no es una pipa, no es un cuadro.
Tenemos tanta necesidad de creer, que las palabras y las cosas son sinónimos; no son sinónimos. Las palabras quieren decir, no dicen.Quieren decir, tratan de significar, se aproximan a lo real a través de una propuesta interpretativa nunca suficiente, nunca definitiva. El mundo no nos ha sido dado como evidencia, sino como materia de interpretación incesante.Queremos significar algo, para el prójimo, para nosotros mismos. Queremos significar algo acerca de lo real; hablamos no para decir lo que las cosas son, sino para llegar a saber que nos significan.
No es un estilo peor que cualquier otro, y es sumamente interesante, si uno comprende qué es el lenguaje. Si uno advierte intuitivamente aunque sea, que no hablamos sino para tratar de constituirnos en humanos.Hablamos para tratar de ser, y no para decir lo que las cosas definitivamente son. Por eso todas las formas de expresión, desde las corporales hasta las verbales, todas las formas de expresión, nos hacen evidente el hecho de que el hombre crea para tratar de constituirse en persona y no porque lo sea.
Creamos para tratar de ser, creamos porque en la creación encontramos un escenario de personificación, nos hacemos presentes a través de la creación.Y la creación no está en el campo de la literatura ni de la filosofía solamente, está de modo eminente en la convivencia.El arte más requerido de nuestro tiempo y el más frágil es aprender a convivir.”
Santiago Kovadloff (*)
(*)(Buenos Aires,
14 de diciembre de 1942) es un ensayista, poeta, traductor de literatura de
lengua portuguesa y autor de relatos para niños argentino. Se graduó en
Filosofía en la Universidad de Buenos Aires con una tesis sobre el pensamiento
de Martín Buber titulada El oyente de Dios. Algunas de sus obras fueron
traducidas al hebreo, portugués, alemán, italiano y francés y otras se han
difundido por España.
Es profesor
honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) y miembro del Comité
Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurion del Neguev, de Israel.
Participó como profesor invitado en la Cátedra Latinoamericana “Julio Cortázar”
de la Ciudad de Guadalajara, México, en el año 2013.
Desde 1992 es
miembro correspondiente de la Real Academia Española. Desde 1998 es miembro de
número de la Academia Argentina de Letras. Desde 2013 es vicepresidente de la
Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Desde el año 2014 integra el
Capítulo Argentino del Club de Roma. Integró el Tribunal de Ética de la
Comunidad Judía de la República Argentina hasta su disolución.
Se desempeña
profesionalmente como profesor de filosofía y conferencista.
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