Tuesday, November 7, 2017


UN SER CAPAZ DE LA BELLEZA

“Todos ponemos un toque de belleza al luchar contra la injusticia y la miseria, contra lo repugnante y agresivo. No es la belleza aparente, engañosa, pasajera. Sino la belleza de los vínculos perdurables, de la fidelidad a las palabras, las alianzas, del respeto.”

“El hombre plasma su humanidad en el arte. Cuando lo hace con maestría, crea obras maestras. Cuando se descubre, sobre la huella creadora, una como densidad de su ser por el modo en que se expresa, la obra produce en nosotros admiración, pasmo, gozo. Hay obras de arte en las que puede decirse “ecce homo”, “he aquí al hombre”, como en versiones siempre inéditas, en una novedad que no deja de sorprender y por la que llegamos a intuir que hay en el hombre algo inagotable de su humanidad, en sus múltiples facetas.

El hombre es capaz de belleza en sus distintas dimensiones. Como ser cultural, histórico, corpóreo. Pero sobre todo, en su ser social, en la relación con los demás, en la amistad, los encuentros. Así hablamos de la belleza de la amistad, de la familia, de una relación íntima, de un gesto, de una caricia, etc. La capacidad de captar lo bello, en todas sus formas, dice que el hombre ve más, siente más, puede más que el resto de los animales. Dice también que el hombre es creador y recreador del mundo. No es creador en sentido absoluto, pero sí en un sentido eminente, al grado de que creemos atisbar su semejanza con Dios en su capacidad de lo perfecto, lo que tiene proporción, mesura, equilibrio.

Cuando esto ocurre en el orden de la relación humana asistimos a los momentos más significativos de la vida y encontramos motivos de celebración, fiesta y acción de gracias. Agradecemos la capacidad de entrega de los padres hacia los hijos, y así como la capacidad de hacer de la relación filial un lugar privilegiado del cuidado, la atención y la caridad. Agradecemos el amor de pareja en todo lo que tiene de celebración de la vida y cuidado de la misma, de generación y trascendencia. Agradecemos una sociedad en la que hay relaciones ciudadanas cordiales, respetuosas de la ley, atentas a las necesidades de los demás. Agradecemos un buen gobierno, una autoridad bien ejercida, un orden jurídico fundado en la justicia. En todo ello hay una inmensa belleza.

 El hombre es capaz de ella, de gozarla y, así, de hacerse más humano. Es capaz de plasmarla estéticamente, de decirla, poetizarla. En la sociedad todos somos artistas potenciales. Todos ponemos un toque de belleza al luchar contra la injusticia y la miseria, contra lo repugnante y agresivo. No es la belleza aparente, engañosa, pasajera. Sino la belleza de los vínculos perdurables, de la fidelidad a las palabras, las alianzas, del respeto. Es la belleza de una libertad por la que unos a otros nos quitamos las cadenas del odio y de la incomprensión. El hombre es el ser capaz de la belleza del encuentro, en el que la presencia de unos con otros es un presente que suspende el tiempo; de la belleza del perdón, del reencuentro, del reconocimiento de los límites, y de la bendición al Creador, por poder alabarlo por ser el mundo bello, y por ser el mismo hombre, finito, bueno y bello. La capacidad de belleza es indicio del artista en ciernes, de la condición del hombre como voz de un coral inconcluso, de su ser inacabado.”

Dr. Luis Armando Aguilar Sahagún(*)


(*) Profesor e investigador del Doctorado en Educación del Programa Interinstitucional (Instituto Superior de Investigación y Docencia para el Magisterio (ISIDM); Centro de Estudios Pedagógicos y Sociales (CIPS); Universidad Pedagógica Nacional (UPN) y Universidad La Salle de Guadalajara, México.

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Thursday, November 2, 2017


ESTO TAMBIÉN PASARÁ...

Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.



“Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte: - Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.

Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total...

Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada. El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:

-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje –el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero no lo leas –le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación-

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARA”.

Mientras leía “esto también pasará” sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.

El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: -Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

-¿Qué quieres decir? –preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.

-Escucha –dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero. El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:

-Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.”

LEYENDA POPULAR


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