Wednesday, December 12, 2018



SOBRE LA VIDA HUMANA

La resistencia íntima es, al mismo tiempo, amparo y esperanza en la generación. Con ramitas de acebo los antiguos horticultores protegían el plantel recién trasplantado para que pudiera resistir las inclemencias del tiempo. También nosotros nos resguardamos, para resistir.


“No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras. Unas afueras muy singulares, pues no están definidas a partir de ningún centro. Aquí, en las afueras, la génesis y la degeneración, la vida y la muerte, lo humano y lo inhumano—ya que sólo el humano puede ser inhumano—, la proximidad y la indiferencia.
Aquí, en las afueras, vivir es sentirse viviendo.
Aquí, en las afueras, no hay ni plenitud ni perfección. Pero sí afección infinita—misterio—y deseo.
Aquí, en las afueras, el mal es muy profundo, pero la bondad todavía lo es más.
Aquí, en las afueras, lo que más importa no son los inicios inmemoriales, sino el suelo, la base.
Aquí, en las afueras, nada tiene más sentido que el amparo y la generosidad.
Aquí, en las afueras, cuesta muchísimo moverse medio palmo en la buena dirección. Es el medio palmo hacia la comunidad fraterna que vive.
Aquí, en las afueras, no sólo vivimos, sino que somos capaces de vida. (.)
En las afueras, en nuestras afueras, no es cierto que ´hay lo que hay y eso es todo´. Tal sentencia lapidaria no describe en absoluto nuestra comarca, puesto que lo más humano se expresa decisivamente con la generación y, muy en especial, con la gratuidad de la generación llamada generosidad o bondad. Una generosidad, la de las afueras, que nunca va de arriba abajo—porque nadie está por encima de nadie—, sino, siempre, de lado a lado. Que existir sea en parte resistir, se entiende con miras a la generación; resistimos porque la vulnerabilidad amparada es capaz de madurar, de crear y de dar. La resistencia íntima es, al mismo tiempo, amparo y esperanza en la generación.
Con ramitas de acebo los antiguos horticultores protegían el plantel recién trasplantado para que pudiera resistir las inclemencias del tiempo. También nosotros nos resguardamos, para resistir. Y el horizonte de la resistencia son la creación y la generosidad. Aunque, en realidad, amparar a los demás ya sea el primerísimo ejercicio de la generosidad.”

Josep María Esquirol Calaf (*)
(La Penúltima Bondad: Ensayo Sobre la Vida Humana)

(*) Es profesor de la Universidad de Barcelona, donde imparte las asignaturas de Filosofía Política y Pensamiento Contemporáneo. Es director de APORIA, Grupo de Investigación en Filosofía Contemporánea, Ética y Política. Autor de diversas publicaciones y trabajos en el ámbito de la filosofía política, también ha escrito sobre destacados filósofos contemporáneos como Husserl, Heidegger, Arendt o Strauss. En 2016 gana el Premio Nacional de Ensayo con una obra que reflexiona sobra la cotidianidad y la condición humana: “La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad”.


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Thursday, November 22, 2018








22 de Noviembre


Día de la Música





Santa Cecilia, patrona de la Música.





Santa Cecilia de Roma es uno de los santos más conocidos y celebrados de la iglesia católica. Incluso ha traspasado los muros de esta fe y en infinidad de lugares del mundo, la fecha en la que se conmemora su muerte se organizan conciertos y se celebra el día de la música. Pero su existencia histórica está plagada de indeterminaciones y pocos datos fehacientes. Lo que parece ser claro es que la joven mártir se convirtió en santa y patrona de los músicos por un significativo error en la traducción de uno de los pocos documentos históricos en los que aparece.

Las Actas de Santa Cecilia

En el año 480 aparecieron unas actas anónimas que hablaban de una joven virgen y mártir llamada Cecilia que había pertenecido a la familia senatorial romana conocida como los Metelos. Según estas actas, desde bien pequeña Cecilia se había convertido al cristianismo y su profunda fe en el nuevo credo arrastró a otras personas de su entorno. Entre ellos su propio marido, un noble pagano asignado por su padre llamado Valerius. Las actas narran un episodio milagroso centrado en la misma noche de bodas y según el cual, Cecilia rebeló a su nuevo esposo que había entregado su virginidad a Dios y que, por tanto no la podría tocar. Aseguró también que un ángel custodiaba su cuerpo a lo que Valerius no dudó en pedir ver a dicho ángel. Cecilia lo envió entonces a la vía Apia, concretamente junto a la tercera piedra miliaria. Allí se encontró con el entonces papa Urbano I. Tras recibir el bautizo del pontífice, Valerius contempló ante sus ojos el ángel del que le había hablado su esposa, quien bendijo su unión.

A Valerius le siguió su hermano y cuñado de Cecilia, Tiburcius, quien también se convirtió al cristianismo y sufrió martirio junto a su hermano y a Maximus, el soldado que los condenó y finalmente también se convirtió.

Con la presencia del papa Urbano I en las actas se puede acotar la existencia de Cecilia entre finales del siglo II y principios del III, un tiempo en el que la persecución y martirio de los cristianos fue común en todos los territorios del agonizante imperio romano. Pero muchos de los hechos narrados en las actas del siglo V no se consideran históricos, más bien son tradiciones orales que rodearon el martirio que efectivamente sufrieron san Tiburcius, san Valerius y san Máximo tiempo después.

La propia Cecilia también se supone que fue martirizada y sobrevivió milagrosamente a varios actos atroces. Los paganos romanos intentaron ahogarla, hervirla e incluso decapitarla pero no consiguieron terminar con su vida. La tradición católica sitúa su muerte el 22 de noviembre del 230, tres días después de sufrir el martirio.

El cuerpo de Cecilia fue enterrado junto a la cripta pontificia de la catacumba del papa Calixto I en la vía Apia romana, por orden del papa Urbano I.

En el siglo V se construyó una basílica para rendirle culto en el barrio del Trastévere. Allí trasladaría tres siglos después el papa Pascual I su cuerpo y el de su marido, su cuñado y el soldado Máximo. A finales del siglo XVI se restauró la iglesia en honor a la ya santa. El mismo año de su restauración, en 1599, el escultor Maderna pudo ver el cuerpo de la santa para inspirarse en la creación de su famosa estatua yacente. Una réplica de la hermosa escultura se colocó también en el sepulcro original de las catacumbas de San Calixto.

Patrona de la música por un error de traducción

Siglos después de su muerte, Cecilia se convirtió en todo un símbolo para los músicos y amantes de la música. Y fue gracias a un error de traducción de una parte de las anteriormente citadas Actas. El error radicaría en la traducción de los "órganos" por instrumentos musicales cuando en realidad se hablaba de instrumentos de tortura. Según la corrección de dicho texto, las actas no describieron a Cecilia cantando y tocando instrumentos musicales durante la celebración de su matrimonio sino que en verdad hablaban de una virgen mártir cantando alabanzas a Dios mientras sufría el martirio.

El error no se corrigió y ya, antes de ser proclamada santa, en la Edad Media se la empezó a representar con un órgano y otros instrumentos, entre ellos el laúd.

En 1594, el papa Gregorio XIII canonizaba a Cecilia y le asignaba oficialmente su patronazgo musical. Un patronazgo que se extendió hasta nuestros días. En infinidad de rincones del mundo se celebra el día de la música el 22 de noviembre, día de Santa Cecilia.

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Friday, September 21, 2018





PRIMAVERA


¡TIEMPO DE EMERGER!



"...tu alma presiente 
el mundo que te espera.”











“En lugares remotos del corazón
que tus pensamientos nunca visitan
este comienzo ha estado gestándose silenciosamente,
esperando hasta que estuvieras listo para emerger.

Por largo tiempo ha observado tu deseo,
sintiendo cómo el vacío crecía en tu interior,
viendo cómo te obligabas a seguir
sin poder dejar atrás todavía
lo que te quedaba chico.

Te observé jugar con la seducción de la seguridad
y las promesas grises que esa misma rutina susurraba.
Escuché las olas del descontento
que subían y bajaban,
preguntándome si siempre vivirías así.

Luego la alegría cuando tu coraje se encendió
y saliste a un nuevo territorio,
tus ojos nuevamente jóvenes con sueños y energía,
un camino de plenitud abriéndose a tus pies.

Aunque tu destino es incierto
puedes confiar en la promesa de esta apertura.
Despliégate en la gracia del comienzo
que es uno con el deseo de tu vida.

Despierta tu espíritu a la aventura.
No te guardes nada,
aprende a encontrar tranquilidad
en el riesgo.

Pronto estarás cómodo en un nuevo ritmo
porque tu alma presiente
el mundo que te espera.”

John O’Donohue (*)


(*) John O´Donohue ((1956-2008) fue un filósofo hegeliano, poeta, escritor, orador y ex sacerdote irlandés que nació en 1956, el cual se hizo conocido a nivel mundial por su primera obra titulada Anam Cara (1997) la cual significa en gaélico, “amigo del alma,” donde popularizó lo que se conoce hoy como la espiritualidad Celta.


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Tuesday, September 11, 2018



HISTORIA DE UNA MAESTRA

"No estoy en el mundo simplemente para adaptarme a él, 
sino para transformarlo." (Paulo Freire)


En la escuela nacional número 132 de Los Tolozas, Santiago del Estero, estudiaban 142 chicos; allí vivió y educó una MAESTRA. Esta es su historia:

“Su nombre es Olma del Valle San Miguel. Tiene treinta años. Es maestra de escuela. Está casada con Domingo Tadeo Santillán, maestro también. Ejerce su módica ciencia cada día, ante ciento cuarenta y dos chicos, en la escuela nacional número 132 de Los Tolozas: un ignoto paraje entre el río Dulce y el bañado Tío Alto, donde cangrejos rosados mueren de panza al sol.

La escuela es un cuadrado de barro, una campana rota, un nudoso mástil -providencial rama de árbol-, un fatigado pizarrón, y bancos improvisados: tablones rústicos y desiguales en precario equilibrio sobre restos de ladrillos. Al caer la tarde, la bandera, arriada, se guarda en una caja de zapatos.

Pero Olma no es sólo una maestra. Vive, con su marido, en la misma entraña de la escuela. Es maestra, pero también directora, médica, enfermera, jueza, cocinera, psicoanalista, recaudadora de fondos, desfacedora de entuertos, traductora de quechua -todavía se habla allí- botera si es preciso, madre de Elizabeth -diez meses-, oradora, jefa de relaciones públicas y mujer de a caballo. Sus ojos negros saben intuir el camino más seguro en la noche, la barrosa orilla del río, la serpiente, el escuerzo. Gana poco. Su marido, suplente, menos. Y la plata llega tarde; en ocasiones, cada tres meses.
Los Tolozas -a doscientos kilómetros de Santiago del Estero capital-, es todo y nada. La inundación castiga la mitad del año. No hay luz eléctrica. No hay teléfono. No hay telégrafo. No hay médico. No hay dentista. No hay correo. No hay remedios. No hay autos. El pueblo más cercano es Villa Atamisqui: meta esquiva; para alcanzarla hay que cruzar arroyos y pantanos.

Olma se levanta antes del alba. Prende el farol y el fuego. Sale al monte. Tira la soga al fondo del aljibe. El balde vuelve hinchado de agua helada. Ahueca las manos y se lava la cara. Desayuna: una taza de café con leche y un poco de pan con dulce. El fuego calienta una gran olla negra. Corta pan. Los chicos, sus alumnos, caminan diez y hasta veinte kilómetros para llegar; como siempre, sin guardapolvos: demasiado caros… Un tazón de mate cocido y una rebanada de pan son maná para esas piernas flacas y cansadas.
Mientras, una vecina hace complicadas matemáticas y oscuras alquimias para que los fideos (muchos) y la carne (poca) lleguen a cada panza. Por hoy; mañana se verá; mañana será otro día. Pero peor, porque a Olma, hoy, se le acabó la plata. La única, y de su propio y magro bolsillo. No puede pedir ayuda a los pobladores. Son pobres. Siembran para comer y venden un poco de lana para vivir.

A las ocho y media empieza la clase. Mi mamá me ama, Susana ama a su oso, No fumes, Fidel, es muy feo fumar. Abecedario. Vocabulario. Sumar, restar. En el pizarrón, el mapa del país. No, Los Tolozas no figura. Al mediodía el sol es una cegadora brasa. Comida y un rato de fútbol con pelota de trapo. A las cinco de la tarde, Olma ha llamado a reunión de padres. Esperaba sesenta o setenta, pero sólo han ido quince, peinados y compuestos como si fuera domingo. Algo que explica un triste guarismo: sólo el uno por ciento termina séptimo grado.

Acaso Olma lo sabía y prefiguraba qué batalla la esperaba. Pero cuando recibió la carta con su nombramiento metió cuatro trapos en una valija y emprendió el viaje. En Chilca Juliana, una estación casi irreal, los hombres, silenciosos y conocedores, la miraron extrañados. ‘¿Así que usted es la maestra de la escuelita de Los Tolozas? Bueno, a lo mejor puede llegar. Si sabe nadar, pasa. Si no, se queda'.

Estaba embarazada, pero siguió adelante. A lo largo del camino fueron contándole aventuras. Alguien había cruzado a nado la furia del Dulce, alguien se había ahogado en el bañado. Comprendió que la cosa era a cara o cruz, pero no se detuvo. Hizo parte de la travesía a pie. Después trepó a un sulky. Después a una zorra, a un carro de madera sin elásticos y con ruedas de acero, a un caballo demasiado grande para ella. Después, con más tenacidad que fuerzas, navegó en un bote indio; un tronco cavado a golpes de hacha. El último tramo,otra vez a pie, con el agua golpeándole en el pecho y una cadena atada a la cintura, por las dudas: en caso de peligro, quizá alguien la rescataría gracias a esos eslabones. Mientras avanzaba, recordó algo oído en Chilca Juliana: ‘A Mamerta, la hija de Juanita la panadera, se la llevó el agua el año pasado. Nunca la encontraron´.

Ya cerca de la escuela abordó la maroma, un bote cuadrado atado a un alambre de orilla a orilla del Dulce; un artefacto que amenazaba darse vuelta segundo a segundo. Y por fin, después de diez horas, clavó sus pies en la tierra prometida. Sólo le faltaban tres kilómetros a pie… La escuela estaba con llave. Algunos vecinos la esperaban. "Si no se oponen, voy a violentar la puerta. No hay llave, pero yo tengo que dar clases". Los vecinos asintieron en silencio; unos pocos gestos con la cabeza. Con un golpe seco quebró el candado. Tocó la campana rota: un ruido sordo, pero inaugural y luminoso. Entró. Se paró al frente del aula. Y al otro día, a las ocho y media de la mañana, con asistencia perfecta, empezó su cruzada. Que parecía perdida. Pero no.”

Alfredo Serra


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Saturday, July 21, 2018



BEANNACHT (Bendición)

Que el día que el peso
se abata
sobre tus hombros
y tropieces,
baile el barro
para equilibrarte.
Y cuando tus ojos
se hielen detrás
de la ventana gris
y de tí se apodere
el espectro de lo perdido,
que una legión de colores,
índigo, rojo, verde
y azul intenso
despierte en tí
un vergel deleitoso.
Cuando se gaste la lona
de la barca del pensamiento
y una mancha de océano
se forme debajo de tí,
surque las aguas
un largo sendero de luna
por donde volver sano y salvo.
Sea tuyo el alimento de la tierra ,
sea tuya la claridad de la luz,
sea tuyo el fluir del océano
sea tuya la protección de los antepasados.

Y así, que un lento viento te envuelva
en estas palabras de amor,
un manto invisible para velar por tu vida.



                         Del Libro de la Sabiduría Celta, por John O'Donohue.

Tuesday, May 29, 2018









EL CORAZÓN DE MIS AMIGOS ES MI CASA





La amistad es vínculo de fondo. Como los peces abisales, tiene luz propia para orientarse donde no llega otra luz.

“Pocos, claro. No pueden sino ser pocos. La intimidad y un gran número de integrantes no parecen compatibles. Nadie tiene muchos amigos si de veras lo que tiene son amigos. Abundar abundan los conocidos. Los conocidos son fruto de la sociabilidad. Ella sí los multiplica. La cortesía. El vecindario suele estar poblado de conocidos. El trato íntimo, no. Lo privado no cede tampoco a la mera frecuentación. No se gana intimidad por el hecho de verse asiduamente. Vecino es quien ocupa un lugar cercano al nuestro. No en nosotros. Un amigo se inscribe en un escenario más sustantivo que el espacial. El de la intensidad, el de los valores comunes. Su trato es, para nosotros, riqueza excepcional, afinidad extrema. Nos reconocemos en su modo de vivir. En sus palabras. En su manera de encarar las cosas, sean estas las que fueren. Incluso en sus modales.
El sentido del humor es igualmente decisivo. Pocas cosas más elocuentes, en términos de afinidad o distancia. Lo que da risa o induce a sonreír prueba, cuando se lo comparte, que se habita un mismo mundo.
Hay más, por supuesto. Y lo digo en primera persona: el corazón de mis amigos es mi casa. El techo bajo el cual, invariablemente, puedo guarecerme. Incluso de mí mismo. Aun cuando disientan conmigo, sé que ellos están de mi parte. Su modo de discrepar me lo demuestra. Lo que decide nuestra comunión es una correspondencia que precede y rebasa lo argumental. Mejor representada por el modo de plantear los temas que por los temas mismos. Disentir libremente entre amigos es una prueba más de la intimidad lograda.
No se es cauto ni reservado con un amigo. Sin transparencia plena no hay amistad.

Ciegos que se ayudan

Que un amigo me conozca no solo significa que está al tanto de lo que le he contado de mí. Significa, ante todo, que frecuenta el laberinto en que consisto. Ninguno de mis prejuicios, ninguno de mis temores - fundados o no- , ninguna de mis pobrezas, escapan a su discernimiento. Sabe de mí, muchas veces, más que yo. Ve en mí lo que no veo. Lo que no alcanzo a ver. Y viceversa, por supuesto. Nos rige la reciprocidad de los que se saben complementarios. Somos, en este punto, ciegos que se ayudan uno al otro a atenuar la penumbra en que vivimos. Ciegos que no fundan su mutuo afecto en la idealización. No se tiene amigos si se los idealiza. Si admiro a los míos por sus logros, también los quiero por la forma en que se combaten a sí mismos. Precisamente porque son lúcidos saben que esa lucidez no basta. Que es siempre insuficiente. No lo olvidan ni me dejan olvidarlo.
Intimidad es el nombre de la energía que circula entre nosotros. Lo entrañable que nos une. Porque así es, resulta posible atribuir a todo lo que mis amigos me dicen un peso sin igual, revelador. Es que hay en el modo como piensan y se expresan un grado tal de sensibilidad y elocuencia que no puedo menos que agradecer. Me conmueve escucharlos. Nunca me dejan indiferente. Digan lo que digan, me deleiten o me preocupen, siempre atraen mi atención. Siempre, con lo que dicen, ocupan el centro de mi interés. La mera cortesía no existe entre nosotros. Lo que circula es cordialidad: atañe al corazón.
Compañero es quien comparte su pan con nosotros (com-panio). Aquel que se muestra solidario con nosotros. Nadie se parece más a un amigo que un buen compañero. Aun así, algo esencial los distingue. El compañerismo se hace evidente, siempre, en algún emprendimiento. El compañerismo es indisociable de un propósito que lo requiere. Con el compañero hay siempre una tarea de por medio. El compañerismo es impracticable sin un fin común. Es en el empeño por llegar a algo con otro donde mejor se deja ver el compañerismo.
La amistad puede, en ocasiones, configurarse como un acto de compañerismo. Pero ese no es su rasgo distintivo. La amistad no "sirve" para nada. O, mejor, no está al servicio de nada. Nada se propone a no ser su propia afirmación en un encuentro. En un encuentro que no es preámbulo de otra cosa ni epílogo de nada, sino solo continuidad. Los amigos que se reúnen lo hacen para volver a verse. Son confidentes, quieren escucharse. No hay ulterioridad en la amistad cabal. Y no porque no pueda haberla sino porque lo que en el compañerismo es central, en la amistad es secundario.
Es usual que los compañeros abunden en la infancia, en las pandillas adolescentes, en las filas de un partido político, en el trabajo o en la adhesión a un equipo deportivo. En todos estos casos hay algo que hacer juntos, algo que compartir.
Si el compañerismo se vertebra en torno a una meta o a un ideal es porque su razón de ser está adelante, en el porvenir. En la amistad, en cambio, la dimensión temporal que prepondera es el presente. La amistad no aspira a otra cosa que a la actualidad, que a actualizarse una y otra vez. Lo suyo es el festín del eterno retorno.
A diferencia de la sociabilidad y el gesto amable, la amistad no se induce. No puede enseñarse. No responde a las leyes del buen trato. Lo digo otra vez: la sociabilidad puede extenderse. Debe hacerlo. Se funda en principios de convivencia que no pueden desoírse sin un costo enorme para todos. En imperativos de coexistencia ajenos a la intimidad del trato. No es preciso conocerse profundamente para cumplir con ellos. Lo formal solo pide formalidad. Un roce y nada más entre quienes se encuentran involucrados en un mismo compromiso. Ese roce basta para sostener el patrimonio común en una convicción compartida. La amistad, en cambio, no sobrevive en la atmósfera de lo circunspecto y lo circunstancial. Se apaga. La formalidad la destruye. Ella no existe sin calidez. La calidez no es mera amabilidad. La amabilidad solo es compensatoria: suele reinar donde no hay intimidad. Ella atenúa la aspereza de la desconfianza mutua sin disolverla.
Son pocos, decía, mis amigos. Y creo que solo pocos pueden ser para cualquiera que los tenga y sepa lo que se juega en la amistad.
La amistad es vínculo de fondo. Como los peces abisales, tiene luz propia para orientarse donde no llega otra luz.
Ya en su hora inicial resalta la emoción del encuentro entre quienes están llamados a ser amigos. Ese encuentro nace ganado por júbilo. Cuando no ocurre así, prepondera lo externo. La voz de lo secundario se queda con todo. No hay, en tal caso, deslumbramiento recíproco. Hay necesidad, curiosidad, intereses. Se dice, se habla. Lo que importa no es necesariamente lo íntimo. Abundan las coincidencias. El conocimiento y la inteligencia hacen su aporte. Pero no la alegría sustancial que solo despierta el ingreso de una presencia nueva en nuestras vidas.
Por eso y por tanto más, es inválida la expresión "mi mejor amigo". Un amigo no puede ser otra cosa que único. Queda dicho: puede haber otros. Pero siempre será esa singularidad la que resplandezca en el rostro de cada uno de ellos.

Sin graduaciones

Un solo estatuto impera en la amistad. Se cuenta con un amigo o no se cuenta con él. Ni más amigo ni menos amigo. La amistad celebra una plenitud sin desniveles. Y ello es así porque, si es intimidad lo que se ha puesto en juego, no puede haber graduaciones. Es absurdo proponerse en el trato entre amigos, una intimidad parcial.
Los amigos se equivalen en su singularidad. En lo que tienen de inconfundibles. Donde no importa lo esencial cuentan los calificativos: mejor, mayor, menor; más, menos, muchos. La amistad es una forma del amor. Solo quien lo ignora se atreve a sumar, a restar, a multiplicar o dividir.
Ningún amigo lo es si en el vínculo privilegia ante todo su narcisismo. Si antepone el yo al vos o al nosotros. Un amigo habla como escucha: hospitalariamente. Abierto ante todo al otro. Deseoso de ceder la palabra a quien se brinda en el encuentro. Tan apremiado por escuchar como por hacerse oír. La charlatanería es invulnerable a ese primado del vos o del nosotros sobre el yo. En ella las voces se superponen, chocan unas con otras, se disputan burdamente el escenario; un protagonismo tan estentóreo como hueco.
Por lo demás y por último, en la amistad como en el amor nadie puede saber cabalmente qué significa para el otro. Puede intuirlo, puede conjeturarlo. Puede inferirlo de lo que él mismo siente por el otro. Pero no puede saberlo. Y es mejor que así sea. Entregarse sin retaceos al rito de la amistad es aceptar esa asimetría irreductible entre saber a quién se quiere y no terminar de saber por qué se nos quiere. Quien presuma saber plenamente por qué se lo quiere, habrá entablado ante todo un vínculo estrecho consigo mismo. Nunca con otro. En tal caso, al otro se le demandará que proceda como espejo. No será un amigo, será un reflejo. Eco de un espejismo, redundancia. La amistad, en cambio, celebra siempre el triunfo de la diferencia entre dos que se parecen.”

Santiago Kovadloff (*)


(*)  Santiago Kovadloff reside en Buenos Aires, donde nació el 14 de diciembre de 1942. Es ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños. Se graduó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurion del Neguev, de Israel. Participó como profesor invitado en la Cátedra Latinoamericana “Julio Cortázar” de la Ciudad de Guadalajara, México, en el año 2013.
     Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Desde el año 2016 integra el capítulo argentino del Club de Roma. 
     Se desempeña profesionalmente como profesor privado de Filosofía y conferencista. Es colaborador permanente del diario 'La Nación' de Buenos Aires. Integra el Consejo de Asesores de la Revista “Criterio”. Fue miembro del Tribunal de Ética de la comunidad judía de Buenos Aires.




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Monday, April 2, 2018




NO BARRAS LAS HOJAS…

“Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el viento, déjate caer”

“Le pido a una vecina que, por favor, no barra las hojas de otoño que se han acumulado estos días en nuestra vereda común. Me mira extrañada. Sonríe. Comprendo que sea difícil entender a un vecino que defienda el derecho de las hojas de los liquidámbares y los “ginkgo biloba” a permanecer ahí, para ser contempladas, para ser pisadas (algunas crujen), para jugar con ellas. Las hojas del otoño en nuestra ciudad desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos: “Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el viento, déjate caer”. Somos pasajeros. Destellos en la noche. Pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota ante la finitud y la muerte. Pero el mismo otoño —gran maestro de las estaciones— se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El otoño no se hace implantes ni liposucciones a sí mismo. No busca prolongar artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad en el momento mismo de eclipsarse, igual que las estrellas que, cuando colapsan, estallan en un espectáculo pirotécnico de adiós. El cielo se ha encargado de hacer del ocaso una fiesta y no un funeral. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémoslas el máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano, ¿qué tipo de adultos serán mañana? La mayor parte de nuestras neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen de que nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño. Pero para mirar y aprender de las alfombras de hojas, hay que tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No tenemos ni tiempo para detenernos para entender que nosotros mismos somos el mismo tiempo que se nos va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la poca vida que nos fue dada en tacos interminables, en correr de asunto en asunto, de “evento” en “evento” como sombras, y en que hemos dejado de vivenciar la vida como el mayor acontecimiento de todos, es bueno arrimarse a un árbol de otoño. Permanecer junto a él lo más que podamos y decir como Fausto, embelesado y redimido ante Helena: “El espíritu no mira ni hacia delante ni hacia atrás. Tan sólo el presente es nuestra felicidad”. Es interesante que el arquetipo del nihilista, el Fausto que no sabe gozar del presente —salvo en este diálogo con Helena y en la escena final de la obra— y es devorado por sus deseos insaciables y el futuro, encarne por un momento lo que el mismo Goethe llamó “la salud del momento”. Mientras miro embelesado caer las hojas de los árboles de este otoño, compadezco a los que veo correr desaforadamente tras un éxito ilusorio y vano. ¿Qué Presidente de la República, político, empresario o estrella de rock tiene tiempo para perder deambulando entre las hojas, con amigos y no con asesores o guardias personales? ¿Cuántos de nosotros mismos no estamos secuestrados por nuestros propios éxitos? Pregúntate dónde está “tu” otoño, cuántas hojas contaste en la vereda de tu calle, y serás mejor gobernante, mejor empresario, mejor artista, mejor hombre. No es en las encuestas, en los focus groups, en los indicadores económicos, en los gráficos de fastidiosos y monótonos power-points donde están las respuestas. La respuesta, como dijo Bob Dylan —que está cantando mejor que nunca a sus 70 años—, “está temblando en el viento”. No es cierto que para ser un mejor país necesitamos sólo más “emprendedores”—como se repite tanto hoy—. Lo que el mundo necesita hoy con urgencia son más contemplativos, más sabios, más habitantes del instante, más guardianes del otoño. Por eso, querida vecina, no barra esas hojas, que no son hojas sino espejos, letras de un alfabeto inmemorial que de nuevo debemos aprender a leer, para volver a ser.”

Cristián Warnken Lihn (*)


(*) Cristián Warnken Lihn (Santiago, 1961) es profesor de literatura, comunicador, entrevistador, conductor de televisión y poeta chileno.

En televisión es conocido por haber sido por más de diez años el conductor del programa La belleza de pensar, del que fue el creador, transformado más tarde en Una belleza nueva. Además es el creador y conductor de diversos programas radiales, fue editor y director de algunos periódicos de índole cultural, y es también columnista del diario El Mercurio. Actualmente conduce el programa El desierto florece, que se transmite por Oasis FM y también en Internet en el sitio web OtroCanal.cl.

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Thursday, February 8, 2018


Lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida.

“Creo firmemente en la correspondencia entre la vida exterior y la vida interior; así como tengo la certeza de que aunque algunos hombres consigan vivir una vida virtuosa, el resto seguirá sin advertirlo. La diferencia y la distancia son una misma cosa. Vivir una vida auténtica es como viajar a un país lejano y encontrarnos progresivamente rodeados por nuevos escenarios y hombres; y cuando me hallo rodeado por los más ancianos, me doy cuenta de que de ninguna forma estoy viviendo una vida nueva o mejor. El exterior es sólo la representación de lo que hay dentro. Los hábitos no esconden al hombre, sino que lo muestran; ellos son sus auténticos ropajes. No me incumben las curiosas razones que puedan aducir para atenerse a ellos. Las circunstancias no son rígidas e inflexibles; sí lo son, sin embargo, nuestros hábitos.

A veces tenemos la tendencia a hablar con ligereza, como si una vida divina fuera a injertarse o a aparecer en nuestro presente como una oportuna fundación. Esto podría tener sentido si pudiéramos reconstruir nuestra antigua vida, excluyendo de ella todo el calor de nuestros afectos, dejándolos marchitar, como el mirlo construye su morada sobre el nido del cuclillo, y allí incuba sus huevos, que son los únicos que eclosionan. Pero lo cierto es que nosotros —y aquí se halla la línea de demarcación—incubamos ambos huevos. Y ya que el cuclillo lo aventaja en un día, su cría, al nacer, expulsa a las crías del mirlo. No hay otra solución: destruir el huevo del cuclillo o construir un nido nuevo.

El cambio es el cambio. Ninguna vida nueva ocupa viejos cuerpos decadentes. La vida nace, crece y florece. Los hombres intentan revivir patéticamente lo viejo, y por eso lo aceptan y soportan. ¿Por qué aguantar en el hospicio pudiendo ir al cielo? Es como embalsamarse, nada más. Dejad de lado vuestros ungüentos y sudarios, y entrad en el cuerpo de un recién nacido. Podéis ver en las catacumbas de Egipto el resultado de aquel experimento. Conocemos su final.

Creo firmemente en la simplicidad. Es asombroso y triste ver cómo incluso los hombres más sabios pasan sus días ocupados en asuntos triviales que creen que han de atender, en detrimento de otros asuntos más importantes que creen su deber omitir. Cuando un matemático desea hallar la solución de un problema difícil, empieza por deshacerse de todas las dificultades de la ecuación, reduciéndola a sus términos más sencillos. Hagamos lo propio y simplifiquemos el problema de la existencia, y diferenciemos entre lo necesario y lo real. Sondeemos la tierra para ver hacia dónde se extienden nuestras principales raíces. Me basaré siempre en los hechos. ¿Por qué negarse a ver? ¿Por qué no utilizar nuestros propios ojos? ¿O es que los hombres lo ignoran todo? Conozco a muchos a los que es difícil engañar cuando se trata de asuntos comunes, muy desconfiados de los cantos de sirena, que disponen responsablemente de su dinero y saben cómo gastarlo, que disfrutan fama de prudentes y cautelosos, y que, no obstante, aceptan vivir gran parte de su existencia tras un mostrador, como cajeros de un banco, y brillan y se oxidan y finalmente desaparecen. Si saben algo, ¿por qué diablos lo hacen? ¿Saben qué es el pan? ¿Y para qué sirve? ¿Saben qué es la vida? Si supieran algo, cuán rápido dejarían de frecuentar para siempre los lugares donde ahora se los conoce tan bien.

Esta vida, nuestra respetable vida diaria, sobre la cual se halla tan bien plantado el hombre de buen sentido, el inglés de mundo, y sobre la que descansan nuestras instituciones, es en realidad la más pura ilusión, que se desvanecerá como el edificio sin cimientos de una visión. Sin embargo, un minúsculo resplandor de realidad que a veces ilumina la oscuridad de los días de todos los hombres nos revela algo más consistente y perdurable que el diamante, la piedra angular del mundo.

El hombre es incapaz de concebir un estado de cosas tan bello que resulte irrealizable. ¿Puede alguien revisar honestamente su propia experiencia y afirmar que no es así? ¿Existen hechos a los que apelar cuando decimos que nuestros sueños son prematuros? ¿Habéis tenido noticia de algún hombre que haya luchado durante toda su vida por algo, y que de algún modo no lo lograra? Un hombre que aspira a algo sin descanso, ¿no se siente ya elevado? ¿Quién que haya intentado el acto más simple de heroísmo, de magnanimidad, o buscado la verdad y la sinceridad, no halló algo que mereciese la pena? ¿Quién podría decir que ésta es una empresa vana? Es innegable que no debemos esperar que nuestro paraíso sea un jardín. No sabéis lo que pedís.  Veamos la literatura. ¡Cuántos buenos pensamientos han concebido cada ser humano! ¡Y qué pocos pensamientos buenos se expresan! Y, sin embargo, no poseemos una sola fantasía, por más sutil o etérea que haya sido, que el simple talento, acompañado de resolución y constancia, tras mil fracasos, no pueda fijar y grabar con palabras distintas y duraderas, de tal forma que entendamos que nuestros sueños son los hechos más confiables que conocemos. Pero no estoy hablando de sueños ahora.

Lo que puede expresarse con palabras puede expresarse con nuestra vida.

Mi vida real es un hecho sobre el que no tengo razones para congratularme conmigo mismo, pero tengo respeto por mi fe y mis aspiraciones. De ellas le hablo ahora. La posición de cada uno es demasiado simple para ser descrita. No he prestado ningún juramento. No tengo un esquema para entender la sociedad, la Naturaleza o Dios. Soy, simplemente, lo que soy, o comienzo a serlo. Vivo en el presente. El pasado es sólo un recuerdo para mí, y el futuro una anticipación. Amo la vida, amo el cambio más que sus modalidades. En la historia no está escrito cómo el malo se hizo mejor. Creo en algo, y no hay más. Sé que soy. Sé que existe otro, más sabio que yo, que se interesa por mí, de quien soy su criatura y, de alguna manera, su igual. Sé que el reto merece la pena, que las cosas van bien. No he recibido ninguna mala noticia.

Si busca persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven.  Consigamos que vean.

Siga con su vida, persista en ella, gire a su alrededor, como hace un perro alrededor del coche de su amo. Haga lo que ame. Conozca bien de qué está hecho, roa sus propios huesos, entiérrelos y desentiérrelos para roerlos de nuevo. No sea demasiado moral. Sería como hacer trampas con uno mismo. Sitúese por encima de los principios morales. No sea simplemente bueno, sea bueno por algo. Todas las fábulas tienen su moraleja, pero a los inocentes lo que les gusta es escuchar la historia.

No permita que nada se interponga entre usted y la luz. Respete a los hombres sólo como hermanos.”

Henry Thoreau (*)
(Cartas a un buscador de sí mismo)

(*) Escritor y ensayista estadounidense. Nacido en el seno de una familia modesta, se graduó en Harvard en 1837 y volvió a Concord, donde inició una profunda amistad con el escritor Ralph Waldo Emerson y entró en contacto con otros pensadores trascendentalistas.
En 1845 se estableció en una pequeña cabaña que él mismo construyó cerca del pantano de Walden a fin de simplificar su vida y dedicar todo el tiempo a la escritura y la observación de la naturaleza. En este período surgieron Una semana en los ríos Concord y Merrimack (1849), descripción de una excursión que diez años antes había realizado con su hermano, y, finalmente, Walden (1854), que tuvo una notable acogida.
En 1846, concluida su vida en el pantano, Thoreau se negó a pagar los impuestos que el gobierno le imponía como protesta contra la esclavitud en América, motivo por el cual fue encarcelado; este episodio le llevó a escribir Desobediencia civil(1849), donde establecía la doctrina de la resistencia pasiva que habría de influir más tarde en Gandhi y Martin Luther King.
Cercano a los postulados del trascendentalismo, su reformismo partía del individuo antes que de la colectividad, y defendía una forma de vida que privilegiara el contacto con la naturaleza.
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