Tuesday, December 27, 2022

 



SERES ESPERANZADOS



"Alcemos entonces nuestras copas esta noche. Pero no lo hagamos como seres optimistas. 

Hagámoslo como seres esperanzados".


El Año Nuevo nos devuelve al fulgor de los comienzos, renueva el mito de lo inaugural y resucita el hechizo que tiene todo nacimiento. En la noche del 31 de diciembre, ya se palpita en las venas la energía incomparable de las horas iniciales, esas horas mágicas del comienzo.

Con las copas jubilosas que se alzan el 31, también se alza el íntimo goce de sabernos inscriptos en un ritmo cósmico cuya regularidad nos conmueve, nos asombra y también nos apacigua. Se dice que con cada año que lleva se renueva nuestra fe. En verdad, es al revés. Es nuestra fe la que renueva el sentido de cada nuevo año e impide que el desaliento acumulado devore al recién nacido.

La fe que celebra su arriba funda su consistencia en la necesidad indeclinable de llegar a ser mejores. Porque esencialmente no somos ni seremos los mejores sino aquellos que necesitan ser algo mejor. Y no algo mejor que los demás, por cierto, sino algo mejor que nosotros mismos. Es esta experiencia fundamental de conciliación con el que somos la que se vive con intensidad en la noche de Año Nuevo.

Acaso porque se trata del suelo más propicio. Por eso es que de él brota ese deseo de ventura también para nuestros semejantes. No es que ese día amemos a los demás más que nunca. Pareciera sencillamente que ese día nos abrimos con mayor docilidad a la antigua y bienhechora evidencia de que bien poco vale una vida si ella no encuentra sustento en el amor.

Alcemos entonces nuestras copas esta noche. Pero no lo hagamos como seres optimistas. Hagámoslo como seres esperanzados. La diferencia entre optimistas y esperanzados es sustancial. El optimista asegura que la adversidad, sea cual fuere su espesor, siempre será vencida. Concibe al destino como un aliado incondicional de sus mejores deseos.

En cambio, el hombre o la mujer esperanzados no están seguros de que las cosas vayan a terminar como se quiere. No subestiman la fortaleza de la adversidad pero están persuadidos y alentados por la convicción de que en los pesares impuestos por la adversidad no se agota el significado de la realidad que enfrentan. (…)

Brindemos, en suma, por el presente y el porvenir de la esperanza. El rasgo más valioso de la existencia es la insistencia. Y en las personas de bien, la insistencia se nutre de valores morales no negociables. Quienes se han consagrado a la insistencia, no son los que están seguros de alcanzar su meta sino los que están decididos de salir de donde se encuentran (…).

Santiago Kovadloff (*)

(*) Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, Santiago Kovadloff es doctor honoris causa por la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Académico y Científico de la Universidad Ben-Gurión del Néguev, de Israel. Participó como profesor invitado en la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar de la ciudad de Guadalajara, México, en el año 2013. Su obra literaria —ensayo, poesía y cuentos— incluye títulos como Zonas e indagaciones, 1978; El tobillo abandonado, 1994; Lo irremediable, 1996; Hombre en la tarde, 1997; Sentido y riesgo de la vida cotidiana, 1998; La nueva ignorancia, 2001; Agustina y cada cosa, 2001; Ensayos de intimidad, 2002; El enigma del sufrimiento, 2008; Ruinas de lo diáfano, 2009; El miedo a la política, 2010; Líneas de una mano, 2012; La extinción de la diáspora judía, 2013, y Las huellas del rencor, 2015.


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