SERES ESPERANZADOS
"Alcemos entonces nuestras copas esta noche. Pero no lo hagamos como seres optimistas.
Hagámoslo como seres esperanzados".
El Año Nuevo nos
devuelve al fulgor de los comienzos, renueva el mito de lo inaugural y resucita
el hechizo que tiene todo nacimiento. En la noche del 31 de diciembre, ya se
palpita en las venas la energía incomparable de las horas iniciales, esas horas
mágicas del comienzo.
Con las copas jubilosas
que se alzan el 31, también se alza el íntimo goce de sabernos inscriptos en un
ritmo cósmico cuya regularidad nos conmueve, nos asombra y también nos
apacigua. Se dice que con cada año que lleva se renueva nuestra fe. En verdad,
es al revés. Es nuestra fe la que renueva el sentido de cada nuevo año e impide
que el desaliento acumulado devore al recién nacido.
La fe que celebra su
arriba funda su consistencia en la necesidad indeclinable de llegar a ser
mejores. Porque esencialmente no somos ni seremos los mejores sino aquellos que
necesitan ser algo mejor. Y no algo mejor que los demás, por cierto, sino algo
mejor que nosotros mismos. Es esta experiencia fundamental de conciliación con
el que somos la que se vive con intensidad en la noche de Año Nuevo.
Acaso porque se trata
del suelo más propicio. Por eso es que de él brota ese deseo de ventura también
para nuestros semejantes. No es que ese día amemos a los demás más que nunca.
Pareciera sencillamente que ese día nos abrimos con mayor docilidad a la
antigua y bienhechora evidencia de que bien poco vale una vida si ella no
encuentra sustento en el amor.
Alcemos entonces
nuestras copas esta noche. Pero no lo hagamos como seres optimistas. Hagámoslo
como seres esperanzados. La diferencia entre optimistas y esperanzados es
sustancial. El optimista asegura que la adversidad, sea cual fuere su espesor,
siempre será vencida. Concibe al destino como un aliado incondicional de sus
mejores deseos.
En cambio, el hombre o
la mujer esperanzados no están seguros de que las cosas vayan a terminar como
se quiere. No subestiman la fortaleza de la adversidad pero están persuadidos y
alentados por la convicción de que en los pesares impuestos por la adversidad
no se agota el significado de la realidad que enfrentan. (…)
Brindemos, en suma, por
el presente y el porvenir de la esperanza. El rasgo más valioso de la
existencia es la insistencia. Y en las personas de bien, la insistencia se
nutre de valores morales no negociables. Quienes se han consagrado a la
insistencia, no son los que están seguros de alcanzar su meta sino los que
están decididos de salir de donde se encuentran (…).
Santiago Kovadloff (*)
(*)
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