“La
tolerancia es patrimonio de la humanidad”
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Abordar
este tema supone considerar también otros conceptos que son
vinculantes: la libertad, el respeto y los valores morales, entre
otros.
Tolerar
es una forma de respeto hacia el otro, reconociendo su dignidad más
allá de las diferencias culturales, creencias y sistema de valores,
aún por encima de las tensiones que estas diferencias puedan
provocar. Es un delicado equilibrio entre las respectivas
individualidades y lo colectivo.
Resulta
inadecuado encarar la tolerancia tan solo como un “vive y deja
vivir”. Tal interpretación nos acerca al borde de la indiferencia.
No se trata de renunciar a validar las opiniones propias, sino implementar la aceptación de la diversidad desde un contexto
inclusivo que responda a algo “superior” considerado socialmente
como parámetro: los valores morales, por nombrar alguno. Tampoco es
cuestión de permitir cualquier cosa en detrimento de la personalidad
del individuo, de su seguridad personal y de sus derechos. ¿Cuál es
el límite entre lo tolerable y lo intolerable? Habrá que ubicarse
en los diferentes ámbitos donde es aplicable esta disyuntiva: en el
ámbito personal, en el familiar, en el educativo, en el social, en
el político, etc.
Desde
lo social, la tolerancia adquiere su máxima expresión en el
concepto de Justicia, entendiéndola, a priori, como el igual derecho
de todos a dirigir su vida bajo la propia responsabilidad, en un
ámbito de coexistencia común, sostenida por el principio de
reciprocidad tanto en derechos como en obligaciones. Allí donde la
libertad y la dignidad del otro son pisoteadas, la tolerancia se
termina; no hay tolerancia sin límites, porque aquella no está
dispuesta a soportar la injusticia.
Tolerancia no debe confundirse con indiferencia ni con complacencia. Por el contrario, el hombre tolerante es un individuo
partícipe, interesado, comprometido, lúcido y flexible, con
capacidad de rectificación, que defiende su derecho a ser escuchado
sin pretender imponerse. El hombre tolerante propone el diálogo; no
se atribuye la verdad absoluta ni se arrebata al punto de considerar
al otro su enemigo. De más está decir que este camino hacia la
tolerancia suele ser contradictorio y transitarlo siempre es muy
complejo.
Convengamos
que desde el pensamiento antiguo hasta la modernidad, todo aquello
que ha instado a la grandeza de la humanidad está plagado de
contradicciones; no hay evolución sin contradicción. Tampoco es
cuestión de temerle a las diferencias en tanto sean entendidas como
parte contextual de esa humanidad.
Los
conceptos de pluralismo, diversidad y cooperación están
estrechamente ligados a la tolerancia. En cambio, la intolerancia
tiene raíces profundas en la indiferencia, la ignorancia, el miedo y
la pobreza, semilleros del odio y la violencia. Frente a esto, no
podemos eximirnos de buscar los principios éticos y los valores
morales que nos permitan soñar con una convivencia pacífica e
enriquecedora. ¿Utopía?.
“El
hombre necesita de los demás si quiere sobrevivir”, decía E.
Fromm, de modo que nos es imperioso construir una TOLERANCIA no
permisiva a ultranza, que promueva el aprendizaje de “vivir con los
demás”, bajo el amparo del respeto.
Hago
uso de ciertas preposiciones del idioma castellano que establecen una
notable diferencia semántica: cada sociedad o cultura tiene derecho
a expresar sus propios valores “ante” los demás, nunca “contra”
los demás.
Marité Tilvé
RESCATANDO VALORES