Wednesday, October 19, 2016





EL ARTE DE AMAR: 

el carácter activo del Amor






“Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor. Esos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.”


“Que el amor implica cuidado es especialmente evidente en el amor de una madre por su hijo. Ninguna declaración de amor por su parte nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, si deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico; y creemos en su amor si vemos que cuida al niño. Lo mismo ocurre incluso con el amor a los animales y las flores. Si una mujer nos dijera que ama las flores y viéramos que se olvida de regarlas, no creeríamos en su «amor» a las flores. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. La esencia del amor es «trabajar» por algo y «hacerlo crecer», el amor y el trabajo son inseparables. Se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja por lo que se ama.

El cuidado y la preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser «responsable» significa estar listo y dispuesto a «responder». La persona que ama, responde. La vida de su hermano no es sólo asunto de su hermano, sino propio.

Siéntese tan responsable por sus semejantes como por sí mismo. Tal responsabilidad, en el caso de la madre y su hijo, atañe principalmente al cuidado de las necesidades físicas. En el amor entre adultos, a las necesidades psíquicas de la otra persona.

La responsabilidad podría degenerar fácilmente en dominación y posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que les es propia y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad: El amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.

Respetar a una persona sin conocerla, no es posible; el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento. El conocimiento sería vacío si no lo motivara la preocupación. Hay muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mí mismo y ver a la otra persona en sus propios términos. (…)

Pero el conocimiento tiene otra relación, más fundamental, con el problema del amor. La necesidad básica de fundirse con otra persona para trascender de ese modo la prisión de la propia separatividad se vincula, de modo íntimo, con otro deseo específicamente humano, el de conocer el «secreto del hombre». Si bien la vida en sus aspectos meramente biológicos es un milagro y un secreto, el hombre, en sus aspectos humanos, es un impenetrable secreto para sí mismo -y para sus semejantes-. Nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos, porque no somos una cosa y tampoco lo son nuestros semejantes. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento. Sin embargo, no podemos dejar de sentir el deseo de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo que es «él».

Otro camino para conocer «el secreto» es el amor. El amor es la penetración activa en la otra persona, en la que la unión satisface mi deseo de conocer. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos -y no «conozco» nada-. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre -por la experiencia de la unión- no mediante algún conocimiento proporcionado por nuestro pensamiento. El amor es la única forma de conocimiento, que, en el acto de unión, satisface mi búsqueda. En el acto de amar, de entregarse, en el acto de penetrar en la otra persona, me encuentro a mí mismo, me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre. El anhelo de conocernos a nosotros mismos y de conocer a nuestros semejantes fue expresado en el lema délfico: «Conócete a ti mismo» Tal es la fuente primordial de toda psicología. Pero puesto que deseamos conocer todo del hombre, su más profundo secreto, el conocimiento corriente, el que procede sólo del pensamiento, nunca se puede satisfacer dicho deseo. Aunque llegáramos a conocernos muchísimo más, nunca alcanzaríamos el fondo. Seguiríamos siendo un enigma para nosotros mismos, y nuestros semejantes seguirían siéndolo para nosotros. La única forma de alcanzar el conocimiento total consiste en el acto de amar: ese acto trasciende el pensamiento, trasciende las palabras. Es una zambullida temeraria en la experiencia de la unión. Sin embargo, el conocimiento del pensamiento, es decir, el conocimiento psicológico, es una condición necesaria para el pleno conocimiento en el acto de amar. Tengo que conocer a la otra persona y a mí mismo objetivamente, para poder ver su realidad, o más bien, para dejar de lado las ilusiones, mi imagen irracionalmente deformada de ella. Sólo conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia última, en el acto de amar. Esta afirmación tiene una consecuencia importante para el papel de la psicología en la cultura occidental contemporánea. Si bien la gran popularidad de la psicología indica ciertamente interés en el conocimiento del hombre, también descubre la fundamental falta de amor en las relaciones humanas actuales. El conocimiento psicológico se convierte así en un sustituto del conocimiento pleno del acto de amar, en lugar de ser un paso hacia él.

La experiencia de la unión, con el hombre, o, desde un punto de vista religioso, con Dios, no es en modo alguno irracional. Por el contrario, y como lo señaló Albert Schweitzer, es la consecuencia del racionalismo, su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro conocimiento de las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de nuestro conocimiento. Es el conocimiento de que nunca «captaremos» el secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo, en el acto de amar. La psicología como ciencia tiene limitaciones, y así como la consecuencia lógica de la teología es el misticismo, así la consecuencia última de la psicología es el amor.

Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son mutuamente interdependientes. Constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura; esto es, en la persona que desarrolla productivamente sus propios poderes, que sólo desea poseer los que ha ganado con su trabajo, que ha renunciado a los sueños narcisistas de omnisapiencia y omnipotencia, que ha adquirido humildad basada en esa fuerza interior que sólo la genuina actividad productiva puede proporcionar.”

Erich Fromm (*)


(*) Nació el 23 de marzo de 1900 en Frankfurt del Main (Alemania).  Hijo único de Rosa Krauze y el comerciante de vinos ortodoxo-judío Naphtali Fromm. Estudió Derecho y después Sociología y Psicoanálisis en las universidades de Heidelberg y de Munich y en el Instituto Psicoanalítico de Berlín. Entabla contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabaja en estrecho contacto con Herbert Marcuse, Walter Benjamin y Theodor Adorno. En 1933 viajó a los Estados Unidos, país donde se instaló y nacionalizó por el ascenso de Hitler al poder.
Fue uno de los principales renovadores de la teoría y práctica psicoanalítica a mediados del pasado siglo. Rompió con las teorías biologicistas de la personalidad para considerar a los seres humanos más bien como frutos de su cultura. Su perspectiva terapéutica se orientó también en este sentido, proponiendo que se intentasen armonizar los impulsos del individuo y los de la sociedad donde vive. Entre sus publicaciones destacan: El miedo a la libertad (1941), El hombre para sí mismo (1947), El lenguaje olvidado (1951), La sociedad sana (1955), El arte de amar (1956), La misión de Sigmund Freud (1956), Más allá de las cadenas de la ilusión (1962), ¿Tener o ser? (1976) o La anatomía de la destructividad humana (1973). En 1962 sería nombrado profesor de la Universidad de Nueva York. Recorrería muchos países dictando cursos. Erich Fromm falleció el 18 de marzo de 1980 en Murallo (Suiza).


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Wednesday, October 12, 2016

EDUCACIÓN INCLUSIVA: aprender a Ser.




"La educación inclusiva pertenece al universo de la ética, la justicia social, la democracia profunda y la equidad, que es lo contrario a la lógica de los méritos, la rentabilidad y la eficiencia."


“La educación inclusiva y los cambios escolares tienen algunos puntos de acuerdos, pero también desacuerdos. Ahora todas las reformas se declaran inclusivas aunque, en realidad, la mayoría de ellas no se han implementado para, o no son capaces de, evitar la exclusión o frenarla.  Se apela con frecuencia a la democracia, la justicia y la equidad, pero sin combatir como es debido las dinámicas y estructuras cuyos resultados vulneran valores y principios básicos.

El programa «Educación para Todos» de la UNESCO ha ejercido una influencia destacable, particularmente al proponer una concepción amplia de la educación inclusiva (garantizar a todos el derecho a la educación, con atención especial a los más marginados).

Más de setenta millones de niños y niñas continúan sin escuelas, y en muchos países desarrollados donde sí cuentan con esa oportunidad, son también millones los que salen del sistema sin la formación debida, justa y necesaria.

La noción de educación inclusiva es genérica y adolece de falta de estrategias contextuales de implementación y, para los países menos desarrollados,  queda reducida a una educación primaria insuficiente.

El reconocimiento y la valoración de la educación como un derecho esencial que ha de garantizarse a todas las personas, sin ningún género de discriminación o exclusión, es un valor y un principio fundamental, abiertamente ideológico, no fáctico. La educación inclusiva pertenece al universo de la ética, la justicia social, la democracia profunda y la equidad, que es lo contrario a la lógica de los méritos, la rentabilidad y la eficiencia.

Es una cuestión de valores sustantivos, no abstractos; al mencionar equidad, participación, compasión, respeto activo de la diversidad, no bastan la tolerancia, la honestidad, la realización de derechos y la sostenibilidad. La educación inclusiva, por lo tanto, no pertenece al dominio de los hechos corrientes en materia de desigualdad de derechos, oportunidades y logros, sino al de utopías realistas que, por complejas, difíciles y lejanas que estén, deben inspirar políticas, culturas y prácticas, con un enfoque no inspirado en opciones caritativas y particulares sino en imperativos morales y de justicia social. Dicho tajantemente, la educación inclusiva es la única educación moralmente defendible.

La inclusión acoge a todas las personas, pues todas son sujetos del derecho universal bajo el cual se ampara. Ahora bien, su foco especial de atención son aquellos sujetos y colectivos que históricamente, y todavía hoy, sufren privación del derecho a la educación, exclusión de tal derecho con valor en sí mismo y también como derecho que capacita para otros derechos.
De ese modo, la inclusión educativa ha de pensarse en conexión con la inclusión social.  Asimismo, y esto nos parece extremadamente importante, los aprendizajes en cuestión han de entenderse desde una perspectiva integral (cognitivos, emocionales y sociales).

Ello exige superar cualquier obsesión por la eficacia competitiva en los resultados (aunque importan), valorando con esmero los procesos, la calidad de vida escolar. De manera que aprendizajes como el desarrollo de una imagen positiva de sí, el apoyo al sentido de capacidad, a las vivencias de pertenencia e identificación, la autonomía y el poder, son esenciales.

Entendida como un horizonte, la educación inclusiva –democrática, justa y equitativa– sigue justificando,  sean cuales sean los tiempos actuales y por venir, la urgencia de concentrar fuerzas políticas y recursos, inteligencia organizativa y pedagógica,  aportaciones de muchos agentes, todos los que puedan albergar todavía una conciencia acorde con el valor esencial de la educación, una educación buena de y para todas las personas. Los fracasos existentes no son una fatalidad; son algo que se está produciendo social, cultural,  política y escolarmente. Por lo tanto, son remediables. Es preciso tomar nota de la realidad, pero dar la batalla a las indiferencias y trifulcas políticas que lo que hacen es empeorar la situación.

Aunque salgan fuera de lo políticamente correcto, algunas propuestas son inexcusables: los poderes públicos han de proteger y velar por una escuela pública al servicio del bien común de la educación, corregir honestamente la deriva hacia la privatización, liderar un trayecto claro y decidido hacia la inclusión, hacer visible los fracasos, exigir y apoyar a los centros y docentes, centrar sus esfuerzos mucho más en la creación de capacidades que en la suma de recursos y decretos. Los centros escolares y la profesión docente han de resistir la tentación de echar tantos balones fuera; recrear, por el contrario, sus márgenes de actuación, de responsabilidad y de rendición pública y democrática de cuentas, reivindicar respaldos sociales y ofrecer confianza y garantías a la ciudadanía.

Los tiempos corrientes no son favorables a la inclusión social y educativa, pero quizás tampoco el núcleo de la cultura, la política y las prácticas vigentes y consentidas en la mayoría de nuestras escuelas. Lo primero está fuera de control; lo segundo es una tarea propia e intransferible desde ahora mismo.”


Juan M. Escudero & Begoña Martínez (*)


(*) Juan M. Escudero: catedrático del Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Murcia (España).
Begoña Martínez: profesora titular del Departamento de Didáctica y Organización de la Universidad del País Vasco en San Sebastián (España).


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Wednesday, October 5, 2016






CUANDO TODO SE DERRUMBA:

EL MIEDO...



 Allí mismo, en la incertidumbre de nuestro caos cotidiano, está nuestra mente sabia.”







“El miedo es una experiencia universal; lo sienten hasta los insectos más pequeños. Cuando vamos chapoteando entre los charcos que quedan tras la bajada de la marea y acercamos el dedo a los cuerpos suaves y abiertos de las anémonas, podemos ver cómo se cierran. Lo mismo les ocurre espontáneamente a todos los demás animales."

"Sentir miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido no es algo terrible; más bien es una parte integral del hecho de estar vivos y que todos compartimos. Reaccionamos ante la posibilidad de encontrarnos con la soledad, con la muerte, ante la posibilidad de no tener nada a lo que agarrarnos.
El miedo es una reacción natural al acercarse a la verdad.

Pero si nos comprometemos a quedarnos donde estamos nuestra experiencia se vuelve muy vivida; las cosas se ven muy claras cuando no hay escape posible.  (…) La impermanencia se vuelve algo vivido en el presente, y lo mismo ocurre con la compasión, el coraje y la capacidad de maravillarse. Y también con el miedo. De hecho, cualquiera que esté en el límite de lo desconocido, plenamente en el presente sin punto de referencia, experimenta la ausencia de base o fundamento, de un lugar donde agarrarse. Cuando nuestra comprensión se hace más profunda descubrimos que el presente es un lugar muy vulnerable, lo que puede ser una experiencia absolutamente enervante y al mismo tiempo absolutamente tierna.

Cuando empezamos nuestra exploración, tenemos todo tipo de ideales y expectativas. Buscamos respuestas que satisfagan el hambre que hemos sentido durante largo tiempo, pero lo último que deseamos es que nos vuelvan a hablar del hombre del saco. Evidentemente, la gente intenta avisarnos. Recuerdo que la primera vez que me dieron instrucciones de meditación, la profesora me describió la técnica, me dio las instrucciones necesarias para la práctica y luego añadió: "Pero, por favor, no salgas de aquí pensando que la meditación te va a dar unas vacaciones de la irritación." De alguna manera, todas las advertencias del mundo no llegan a disuadirnos; de hecho, nos acercan más al sendero.

De lo que estamos hablando es de llegar a conocer el miedo, de familiarizarnos con él, de mirarle directamente a los ojos; no como una forma de resolver los problemas, sino como una manera de deshacer completamente las viejas maneras de ver, oír, oler, saborear y pensar. La verdad es que, cuando realmente comencemos a hacerlo, nos encontraremos con que somos humillados continuamente. No va a quedar mucho espacio para la arrogancia que resulta de aferramos a nuestros ideales. La arrogancia que inevitablemente aflorará va a ser vapuleada de continuo por nuestro propio coraje de ir un paso más allá. Los descubrimientos que experimentaremos mediante la práctica no tienen nada que ver con ninguna creencia. Tienen mucho que ver con tener el coraje de morir, el coraje de morir continuamente.

(…) La vida es un buen maestro y un buen amigo. Con sólo que podamos darnos cuenta de ello, vemos que las cosas están siempre en transición. Nada sucede al gusto de nuestros sueños. El hecho de sentirse fuera de sitio, en un estado de descentramiento, es una situación ideal, una situación en la que ya no permanecemos atrapados y podemos abrir nuestros corazones y mentes más allá de sus anteriores límites. Es un estado muy sensible, no agresivo y de final abierto.”


Pema Chödron (*)
“Cuando todo se derrumba”, fragmento.


(*) Pema nació en 1936 en Nueva York. Se graduó en la Universidad de  California y después  trabajó como profesora en escuelas primarias.
En los años 70 comenzó a estudiar el budismo después de leer un articulo de Chögyam Trungpa quien se convirtió en su maestro principal. También ha practicado con Lama Chime Rinpoche y el Karmapa. 
En 1981 recibió la ordenación de bikshuni (monja completa) del linage chino en Hong Kong. Es la primer mujer americana practicando en la tradición tibetana.
Desde l986 dirige Gampo Abbey, un monasterio budista para hombres y mujeres occidentales en Nueva Escocia, Canadá. 


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